Los grandes líderes, según la Historia, son los que pueden triunfar, y los grandes líderes militares, son aquellos hombres que ganan sus batallas. Pero el estudio de la guerra, como la Historia, es solo la sombra de los líderes que la dirigen.
Si George Washington no hubiese contribuido a la victoria de la revolución americana, la balanza de su carrera militar podría haber terminado en un fiasco. De hecho, la guerra por la independencia de los Estados Unidos tuvo alternativas de éxitos y fracasos y Washington se encontró, en más de una ocasión, en situaciones muy comprometidas.
Otro caso parecido fue el del almirante inglés Horacio Nelson que, durante su vida militar tuvo desaciertos y descalabros, como las intentonas fallidas de 1797 por sus ataques a Cádiz o a Santa Cruz de Tenerife.
Los acontecimientos, afortunadamente, dieron la oportunidad a aquellos hombres para recuperarse de sus reveses militares y continuar hasta lograr la merecida fama por su liderazgo. Pero, ¿qué decimos de los líderes que fueron abandonados por la fortuna o la falta de tiempo? Los historiadores los mencionan raramente, o lo hacen de forma negativa, sepultándolos de forma distante del círculo de atención reservado a los triunfadores.
Líderes que no triunfaron y que no pueden categorizarse fácilmente como fracasados, a pesar de haber sufrido una derrota militar. Estos hombres que mostraron cualidades de liderazgo bajo condiciones insoportables de tensión merecen situarse en una categoría única. Son hombres a quienes les faltó tiempo o buena suerte, pero nunca les faltó habilidad para dirigir a sus hombres hacia el combate.
El almirante Pascual Cervera Topete fue mucho más que el perdedor de Santiago de Cuba: marino, compañero de batallas de Méndez Núñez, Malcampo o Lobo; defensor de la legalidad constitucional frente al levantamiento cantonal; ayudante de la Reina Regente, gobernador militar y administrativo de territorios alejados de la metrópoli, gestor militar de astilleros, ministro de Marina y senador.
Si bien existe una abundante literatura en torno al Desastre del 98 y a la guerra que enfrentó España con los Estados Unidos, no se encuentran apenas referencias directas en torno al almirante Cervera, si exceptuamos las que se centran, exclusivamente, en su actuación del 3 de julio de 1898, una actuación tan estimada como discutida, y en donde apenas existen valoraciones objetivas, sino defensores entusiastas o encarnizados detractores.
El almirante Cervera formaba parte de aquellos militares, entre los que figuran algunos miembros destacados del Ejército, como los Generales Camilo García de Polavieja o Valeriano Weyler, cuyo criterio profesional, de haberse tomado en cuenta, probablemente no hubieran precipitado los acontecimientos que desembocaron en el Desastre del 98.
Cervera, 23 años antes de producirse el combate del 3 de julio de 1898, escribe un documento desde Zamboanga (Filipinas), proclamando una idea que entonces era casi impensable, y que manifiesta ante el Comandante General del Apostadero de Cavite:
“¿Qué sucedería a nuestra escuadra de combate en caso de una guerra con otra potencia que no fuese de nuestras mismas condiciones? Empezaré por excluir a nuestra Escuadra de medirse con las de Inglaterra, Francia y Rusia, naciones que por otra parte no es probable que tengamos guerra con ellas, y me fijaré en la nación que más probabilidades tiene de luchar con la nuestra. Me refiero a los Estados Unidos…”
Desde el inicio de la Guerra de Cuba (1895-1898), Cervera adivinó y advirtió al Gobierno acerca de los numerosos y gravísimos problemas que aquejaban a su Marina de Guerra y, nombrado Comandante General de la Escuadra de Instrucción, en octubre de 1897, se dedicó a planificar un programa de adiestramiento de las dotaciones de su escuadra, que no había realizado ejercicio alguno desde 1894.
Cervera escribía al Ministro de Marina, 10 días después de la explosión del Acorazado Maine, en febrero de 1898:
“Me pregunto si me es lícito callarme y hacerme solidario de aventuras que causarían, si ocurren, la total ruina de España, y todo por defender una isla que fue nuestra y ya no nos pertenece, porque aun cuando no la perdiéramos de derecho con la guerra, la tenemos perdida de hecho, y con ella toda nuestra riqueza y una enorme cifra de hombres jóvenes víctimas del clima y las balas, defendiendo un ideal que ya sólo es romántico”.
Cervera suplicó que se le oyera en el Consejo de Ministros antes de ir a Las Antillas, y si el gobierno hubiera atendido a sus demandas, oído sus advertencias y obrado según ellas, probablemente al final Cuba hubiera tenido que cederse por sus singulares circunstancias a los Estados Unidos, pero posiblemente España hubiera podido seguir conservando Puerto Rico y, casi con seguridad, las Islas Filipinas.
Pero no fue así. España tenía que meterse de lleno en un conflicto, tan inútil como desesperado, y Cervera habría de ser el hombre que fuera más ineludiblemente unido al Desastre. A lo largo de la guerra, va desarrollándose la lucha del marino contra los acontecimientos políticos, y la frustración que le produce el no ser capaz de hacer valer su criterio profesional sobre las opciones políticas, que son las que finalmente deciden desde Madrid.
Pero además, el desastre pudo haber sido mucho mayor aun si, una vez destruidas las escuadras de Montojo y Cervera, los Estados Unidos hubieran destacado alguna de sus escuadras de combate para obtener –sin dificultad- una base de operaciones en las Islas Canarias, tal y como Cervera advirtió repetidamente. Algo que no solo fue un presentimiento, sino una realidad, ya que los Estados Unidos contaban, desde 1894, entre sus planes secretos de guerra contra España, el posible objetivo de apoderarse de la isla de Gran Canaria como base avanzada para su escuadra volante.
Respecto a la falta de fe, puede afirmarse que solo se puede tener fe en aquello en lo que se cree. Cervera nunca creyó en el triunfo contra los norteamericanos. Si hubiera aparentado tener fe, le habrían tachado de irresponsable. Si él hubiese sido tan pesimista, y mal Jefe, a decir de algunos, probablemente muchos de sus hombres hubieran optado por huir o desertar y, sin embargo, ni uno solo de los 2.600 hombres de las dotaciones de su escuadra faltó a su cita del 3 de julio, dando muestras de inquebrantable fidelidad a su almirante.
En la Junta de generales y almirantes de la Armada, celebrada el 24 de abril de 1898, se aprobó mayoritariamente la decisión de que la Escuadra de Instrucción partiera hacia las Antillas. El entonces ministro de Marina, Ramón Auñón fue la persona decisiva en aquella reunión para “persuadir y convencer” a los demás asistentes de la conveniencia que Cervera cruzase el Atlántico y se enfrentase a otra mucho más poderosa que la suya y sin ninguna posibilidad de victoria.
El almirante solo contaba con su sentido común, que le hacía comentar que si tan “descabellada” era su idea de no ir a las Antillas, ¿por qué no fue entonces relevado por otro almirante? Cervera pensaba que cualquiera de los 17 podría haber sido designado para relevarle, o que alguno se reivindicara o se presentara para asumir esa gravísima responsabilidad.
Sin embargo, todos callaron y nadie alzó la mano. Los ilustres marinos aludidos no se dieron por enterados. De sobra sabían que la escuadra iba a ser aniquilada, pero de este modo cumplían con honor ante la opinión pública y protegían el Trono.
El factor clave de aquel aciago 3 de julio, no fue tanto la decisión de Cervera en tratar de abrirse paso fuera de Santiago de Cuba, sino su determinación por hacer cumplir las decisiones de sus superiores, en las que no pudo influir. Cervera no podía corregir la falta de bases navales en el Caribe, ni haber hecho más para demostrar a su gobierno las deficiencias de la Marina y de su escuadra. Las opciones de Cervera eran limitadas, y las escogió de acuerdo con los conceptos de liderazgo personales y de su época.
Cervera no tuvo la oportunidad de aprovecharse, como Washington y Nelson, de las lecciones de la derrota. Sin embargo, todavía podemos recordarlo por su valor bajo una tensión extrema y su determinación de cumplir su deber, y hacer cuanto pudiera con los medios que tenía a su alcance.
Tras el 98, a Cervera no se le volvería a presentar una nueva oportunidad de triunfo militar, aunque sí tuvo la posibilidad de luchar incansablemente por recuperar el poder naval perdido. En 1902 se le nombró Jefe del Estado Mayor Central de la Armada, cargo al que seguirían, en años siguientes, el de Miembro del Consejo Supremo de Guerra y Marina, Capitán General del Departamento Marítimo de Ferrol, Jefe de la Jurisdicción Central y Presidente de la Junta de Adjudicación de los barcos de la nueva escuadra en proyecto.
Es interesante cerrar esta página triste, pero apasionante, de la historia naval de España, relatando que, a principios de 1903, el periódico ABC realizó un sondeo, invitando a sus lectores a dar su voto por escrito y designar al que entre todos los españoles, juzgase más competente para desempeñar cada una de las carteras ministeriales. Las respuestas obtenidas, en el caso del Ministerio de Marina, fueron para Pascual Cervera (35.968 votos), seguido de Joaquín Sánchez de Toca (34.1123) y Antonio Maura (21.117). Es decir, el pueblo español, dejado a su propia iniciativa, le daba la cartera de Marina al almirante Cervera, al vencido de Santiago de Cuba. Era un triste consuelo que llegaba algo tarde…