La captura del Virginius y el fusilamiento de sus tripulantes
Texto publicado en enero de 2006 en La Nueva Cuba, publicación digital editada en Miami (EE.UU.) 

La publicación digital La Nueva Cuba divulgó en 2006 unos artículos en donde se le atribuía al Almirante Cervera la autoría del fusilamiento de los tripulantes del buque norteamericano Virginius. Mi sorpresa fue comprobar que también en la propia isla, una publicación editada por el Instituto de Historia de Cuba, “Las Luchas”, en su pág. 532, aparecía Cervera como miembro de un piquete de fusilamiento de los expedicionarios del Virginius.

Tras un cruce de cartas con el Director de La Nueva Cuba finalmente se publicó mi colaboración que perseguía dejar zanjado este disparate histórico que hasta aquél momento nadie supo o quiso desmentir.

Para ello les facilité la hoja de servicios de Cervera, y en la cual quedaba claro que en octubre de 1873 se encontraba a 8.000 km. de Cuba. Era Capitán de Fragata, y Ayudante Mayor del Arsenal de la Carraca, en San Fernando (Cádiz), y se encontraba muy próximo a ser destinado a Filipinas.

Mi artículo produjo unas reacciones mayoritariamente favorables y recibí mensajes y correos de apoyo y agradecimiento desde diferentes partes del mundo por aclarar esta cuestión. Este asunto también había sido tratado por el historiador Luís Gómez y Amador, en el que escribe: “Los que estamos interesados en la historia de Cuba debemos estar preparados para las sorpresas y cambios de perspectivas históricas de las nuevas generaciones de historiadores cubanos, tanto dentro de Cuba como fuera de ella…Hasta la publicación en Madrid (2001) de mi libro La Odisea del Almirante Cervera y su Escuadra. Batalla naval de Santiago de Cuba. 1898, todos los historiadores cubanos que se referían a la captura del vapor Virginius, apresado el 31 de octubre de 1873 en la costa oriental de Cuba con 165 expedicionarios y marinería que venían a sumarse a las fuerzas mambisas, y a los que un tribunal del ejército español condenó a la pena de muerte, afirmaban como Calixto C. Masó en su libro Historia de Cuba, que el jefe del pelotón que fusiló a 53 de ellos en los días 4 y 8 de noviembre de 1873 fue el entonces Capitán de navío Pascual Cervera.

En la capital española conseguí una copia del expediente militar de Cervera y comprobé que había salido de La Habana en la primavera de 1871 con dirección a Cádiz, de donde partió asignado a las fuerzas navales en Filipinas. El 21 de abril de 1872 se inició la llamada Guerra Carlista, apoyando las aspiraciones de reinar en España del príncipe Carlos de Borbón. Cervera regresó a España y participó en ella con gran distinción, hasta que el rey Alfonso XII logró terminarla en febrero de 1876. Este simple expediente militar desmiente la participación de Cervera en esas ejecuciones”.

En enero de 2006 otro historiador cubano, César García del Pino, afirmaba que la falsedad sobre Cervera y el Virginius la viene oyendo desde que era joven pero que no puede atribuírsela a nadie en particular. Él considera que tuvo su origen al comienzo de la república neocolonial, inaugurada en 1902, cuando era muy fuerte la corriente pro anexionista en la historiografía cubana y se negaba todo lo que provenía de España y se exaltaba todo lo proveniente de los EE.UU.

En su libro “La acción naval de Santiago de Cuba” (Ed. Ciencias Sociales. La Habana 1988.) García del Pino escribe: “…creemos oportuno hacer una aclaración respecto al Almirante Cervera. Durante años nuestra historiografía burguesa le ha atribuido el fusilamiento de los mártires del Virginius, hecho éste totalmente falso, pues al ocurrir aquellos trágicos sucesos él se encontraba destacado en la Península. Esta leyenda debe haber sido inventada con el fin de hacer antipática su figura en Cuba y establecer una idealista relación de “crimen y castigo”, entre los pogromos del Virginius y la destrucción de la escuadra española en 1898” (pp. 68-69).

Apresamiento del Virginius por el vapor de guerra español Tornado

El vapor Virginius fue comprado para organizar expediciones que proporcionaran armas y suministros a la insurrección cubana de 1873. Desde Venezuela se organizó una expedición al mando del Coronel Rafael de Quesada, que desembarcó en las costas cubanas y, tras pagar con fondos facilitados por el gobierno colombiano una hipoteca de 25.000 pesos que gravaba al barco, se organizó otra expedición, que, como la primera, logró burlar la vigilancia española y dejar en tierra cubana, hombres, armas y pertrechos.

Hacia principios de octubre de 1873 se encontraba el Virginius anclado en el puerto de Kingston, Jamaica, preparado para conducir la tercera expedición a las costas de Cuba, esta vez bajo el mando del camagüeyano Bernabé de Varona (Bembeta), quien, en unión de sus compañeros Jesús del Sol, Washington Ryan, Pedro Alfaro y el Capitán Fry, partió de Nueva York y, después de una penosa travesía, recaló en Kingston, donde dispuso todo lo necesario para la salida del buque expedicionario.

Partió el Virginius de Kingston y después de hacer escala, guiado por un práctico haitiano, en el puerto de Tenerías, arribó a Puerto Príncipe (Haiti). Allí se unió a la expedición Agustín de Santa Rosa; se agregaron nuevas cajas de armas y pertrechos, y algunos de sus tripulantes quisieron abandonar el buque en vista de que éste estaba en mal estado y necesitaba reparaciones, pero desistieron ante la actitud de Varona.

Al fin, el día 30 de octubre, y después de una corta estancia en la bahía de Caimito, el Virginius tomó rumbo a las costas cubanas, que avistó el 31 a las ocho de la mañana. Varona se propuso desembarcar esa noche el cuerpo de exploradores, pero habiendo observado hacia las tres de la tarde que se aproximaba un vapor español, ordenó que se forzara la máquina rumbo a Jamaica.

El barco perseguidor, que no era otro que el buque de guerra español Tornado, se acercaba cada vez más al Virginius. A las nueve de la noche, el Tornado se aproximó a la distancia de una milla y disparó cinco cañonazos sobre el Virginius, a los que sólo pudieron responder los pasajeros de éste con gritos de ¡Viva Cuba libre!

Viendo que la resistencia era inútil y que el barco se encontraba en aguas jurisdiccionales inglesas, el capitán Fry propuso, y así se hizo, arrojar las armas al mar y rendirse, al amparo de la bandera norteamericana. Oficiales y marineros del Tornado se dirigieron en dos botes hacia el Virginius y tomaron posesión del mismo en nombre de España. Acto seguido, el jefe del grupo ordenó que los expedicionarios pasaran a los botes para ser trasbordados al Tornado, donde fueron encerrados.

A las cinco de la tarde del día 1º de noviembre, el Tornado ancló en el puerto de Santiago de Cuba. Al día siguiente, a las cinco de la tarde, los expedicionarios fueron desembarcados y llevados, en grupos de cuatro en fondo, hasta la cárcel, donde se les encerró en una galería oscura, húmeda, poco ventilada y carente de camas y de sillas.

El Comandante General de Santiago de Cuba, Juan Nepomuceno Burriel, comunicó la noticia del apresamiento del Virginius a La Habana y Madrid y, a pesar de que el Ministerio de la Guerra le contestó recomendándole que ninguna sentencia de muerte debía ejecutarse sin previa consulta y aprobación del gobierno español, comenzó a actuar enseguida por su cuenta y al efecto el mismo día 3 constituyó un Consejo de Guerra para juzgar a los jefes de la expedición.

A las ocho de la noche del mismo día tres entraron en capilla Varona, Ryan, Céspedes y del Sol. A las ocho de la mañana del día siguiente fueron fusilados en el campo de La Maloja. Sus cuerpos conducidos en una carreta, se depositaron todos juntos en una tumba del cementerio.

Los fusilamientos continuaron. El día seis, a las ocho de la noche, entraron en capilla treinta y siete individuos de la tripulación del Virginius, extranjeros en su mayoría, ante los que se encontraba el capitán Fry (natural de Tampa) y el jefe de mar de la expedición, Pedro Alfaro, siendo fusilados a las cuatro de la tarde del día siguiente. El día ocho fueron fusilados otros doce cubanos, entre ellos Agustín de Santa Rosa y Herminio de Quesada, éste último joven de 18 años, hijo del general Manuel de Quesada.

En la mañana del día nueve el Consejo de Guerra continuó actuando y se propuso fusilar a los restantes expedicionarios del Virginius, excepto a cinco que contaban menos de 16 años de edad.

Después del último fusilamiento había entrado en el puerto de Santiago de Cuba la fragata inglesa Niobe. El capitán Lambton Loraine, tan pronto como bajó a tierra, se presentó ante Burriel, y le manifestó que en ausencia de un buque de guerra americano, él protegería no sólo a los súbditos ingleses, sino también a los de los EE.UU. Así, después de tomar detalles acerca de los expedicionarios supervivientes, y los fusilamientos que se proponían llevar a cabo al día siguiente, Loraine dijo a Burriel:

“¡Absténgase usted de disponer de ninguna de esas vidas!”

Burriel contestó: “Está dispuesto por el gobierno supremo de España que se ejecuten, y se ejecutarán”.

El comandante de la “Niobe” replicó: “Yo represento aquí a la nación británica y a la Unión Americana y haré que se respeten”. Acto seguido, Loraine se dirigió a los oficiales que le acompañaban y les ordenó que observaran el edificio de la cárcel y que tan pronto como notaran que se procedía a los preparativos de una ejecución, le avisaran por medio de un farol rojo colocado en el mástil del consulado británico, porque ya “él tenía tomadas su determinación y sus medidas”. Pasados unos minutos dirigió a Burriel el siguiente despacho:

“Sr. Comandante militar de Santiago: no tengo órdenes de mi gobierno, porque éste ignora lo que sucede, pero asumiendo yo la responsabilidad y convencido de que mi conducta será aprobada por Su Majestad Británica, puesto que el acto que realizo es en pro de la humanidad y de la civilización, exijo a usted que inmediatamente suspenda esa inmunda carnicería que aquí se está llevando a cabo. No creo que tendré necesidad de decir cuál será mi proceder en caso de que mi exigencia sea desatendida.- Lambton Loraine”.

La intervención de Loraine salvó a los 81 prisioneros restantes del Virginius.

Derivaciones internacionales del caso del Virginius: la posible guerra entre España y Estados Unidos.

Mientras en Santiago de Cuba la gestión de Loraine lograba suspender los fusilamientos de los tripulantes y pasajeros del Virginius en Madrid el Presidente de la República Española, Emilio Castelar y su Secretario de Estado, Carvajal, hacían esfuerzos desesperados por evitar un conflicto armado con los Estados Unidos.

Después de un cruce de duras notas diplomáticas con el General Sickles, ministro norteamericano en Madrid, el Capitán General en Cuba, Joaquín Jovellar, ante la posibilidad de una ruptura con los Estados Unidos, pidió autorización para expedir patentes de corso y para declarar la isla en estado de sitio.

Castelar le contestó que ordenara a las autoridades de Santiago de Cuba que no se verificara ninguna ejecución más, haciéndole al mismo tiempo responsable personalmente del cumplimiento de esta orden.

La posición de España era difícil, ya que en aquellos momentos se libraba la guerra en varios frentes: por un lado la insurrección cubana, y en el interior de la península las guerras civiles que provenían de dos frentes: el carlista y el cantonalista.

La situación era compleja, ya que el Virginius, aunque al servicio de Cuba, aparecía como buque de bandera norteamericana. Su captura por el cañonero Tornado era considerada ilegal, por haber ocurrido en aguas jurisdiccionales inglesas, por haber sido encontrado sin armas o pertrechos, y porque España no había reconocido la beligerancia de los cubanos.

En vista de la insistencia por parte de los Estados Unidos en sus peticiones (devolución del Virginius con su tripulación superviviente y desagravio a la bandera americana en el puerto de Santiago) el gobierno de Madrid ordenó a Jovellar que, sin dilación, ni excusa pusiera inmediatamente el Virginius junto con la tripulación y pasajeros supervivientes a disposición de los Estados Unidos.

Al Capitán General se le hacía muy comprometida su situación, ya que los voluntarios (al servicio del ejército español), parte de la Marina y muchos españoles de la isla pedían que se resistiera a las demandas planteadas por los Estados Unidos. Y en vista de ello, y que no se sentía capaz de dominar los ánimos cada vez más exaltados, dimitió de su cargo.

El gobierno español, no sólo no aceptó su dimisión, sino que a través de un cable el 5 de Diciembre dirigido por Castelar a Jovellar, le instaba a la solución del asunto en los siguientes términos:

“Urgentísimo. En España nadie comprende que ni en pensamiento se resistan a cumplir un compromiso internacional del gobierno, y no comprendo que quiera Cuba ser más española que España. Una guerra con los Estados Unidos sería una demencia verdadera, y aunque fuera popularísima la guerra, para eso están los gobiernos, para impedir la locura de los pueblos…

…Y ahí se ha capturado un buque en alta mar, se ha fusilado a españoles y extranjeros, sin esperar a conocer el espíritu del gobierno central, que preveía grandes catástrofes, y ahora se quiere cometer la última demencia desobedeciendo al gobierno nacional. Todos los argumentos de los Estados Unidos consisten en decir que España no manda en Cuba, y van ahora a confirmar ese argumento. No se puede discutir un acto de gobierno. Hay que obedecerle. Inflúyase en la opinión tomándose las debidas precauciones, entréguese el Virginius y la tripulación superviviente de la manera que menos pueda herir el sentimiento público, pero entréguese sin dilación ni excusa. No mencione V.E. la dimisión mientras no estén cumplidas las órdenes del gobierno. Cúmplalas con rigor militar. Y no se vuelva a hablar de Bayona; allí hubo reyes traidores, que vendieron la patria al extranjero; aquí hay patriotas que quieren salvarla de las locuras de ahí, avivadas por una incomprensible debilidad”.

Jovellar contestó manifestando que los prisioneros y el Virginius se entregarían el día 16, según lo convenido en Washington. Y en efecto, en la fecha indicada se entregaba en una ensenada desierta al comandante de una corbeta americana el vapor Virginius, y los supervivientes llegaron el 18 al puerto de Nueva York a bordo de la fragata Juniata. Después de ser interrogados por las autoridades americanas, quedaron finalmente en libertad.

Investigando sobre diferentes fuentes podemos completar la información anterior con otras aparecidas en 1935, en las que se afirma que cuando en España se tuvo noticia del apresamiento del Virginius el Ministro de Ultramar comunicó por cable al General Jovellar, que acababa de tomar posesión de la Capitanía General, que ninguna sentencia de muerte debía ejecutarse sin previa consulta al Gobierno. De esa orden protestó Jovellar alegando que había circulares de 1869, 1870 y 1871 mandando ejecutar a los cabecillas.

El telégrafo de Santiago se había interrumpido intencionalmente y hasta el día 11 no se tuvo noticia en la Habana de los fusilamientos. El Ministro de la Guerra cablegrafió a Jovellar el 9 ordenándole que suspendiese las ejecuciones y éste se lo comunicó a Burriel. Castelar por cable le decía a Jovellar: “¡Por Dios! No más ejecuciones, acuérdese de la situación comprometida y dificilísima del Gobierno en este asunto”, contestándole el mencionado jefe: “La guerra no se puede hacer sino como la hace todo el mundo: sin eso la isla se pierde”.

En aquellos momentos de tensión los Estados Unidos prepararon buques y enviaron a Santiago de Cuba el vapor de guerra Kansas, faltando poco para que rompieran las hostilidades. España tuvo que pagar una indemnización de $80.000 a los familiares de los fusilados.


Nota: Con posterioridad a la publicación de este artículo recibí del historiador Gustavo Placer un correo electrónico en el que me transmitía lo siguiente: “He consultado con varios colegas el mejor estudio sobre los sucesos del Virginius, y que es uno publicado en Cuba por Luis F. Leroy y Gálvez (historiador cubano fallecido ya hacía algunos años) titulado “Burriel, el Virginius y Sir Lambton Loraine”, publicado en la Revista Santiago, de la Universidad de Oriente en su nº 26-27 (Junio-Septiembre de 1977), páginas 339-387. Es un trabajo bien documentado y es objetivo y ponderado, sin apasionamientos, buscando equilibrio en sus expresiones. Como era de esperar en un trabajo serio, no hay (no podía haberlas) ninguna alusión a Cervera”.

Y a continuación transcribe dos párrafos del trabajo de Leroy y Gálvez:

  • Pág 372: “Es enteramente cierto que el gobernador Burriel, fiel exponente de la terquedad y contumacia españolas y caracterizado representante de la España imperial, actuó con mano de hierro en el asunto del Virginius, pero no es menos cierto que lo hizo contra una embarcación que desde más de dos años atrás estaba al servicio de actividades expedicionarias, y que no hacía aún cuatro meses había desembarcado en la costa sur de la provincia de Oriente, hombres, armas y demás pertrechos de guerra destinados a auxiliar a la insurrección que ya cundía por toda la isla. Resumiendo su conducta en una sola frase, puede decirse que fusiló a enemigos que reiteradamente habían persistido en combatir a España con las armas”.

  • Pag. 387: “La leyenda establece que Loraine envió a Burriel una nota conminatoria y amenazadora. El texto auténtico de dicha nota demuestra ser una apelación mesurada, respetuosa y correcta, rogando el aplazamiento de la ejecución de las sentencias de muerte de los súbditos británicos si las hubiese. La leyenda dice que Loraine amenazó a Burriel con bombardear Santiago de Cuba. El propio Loraine manifiesta en una comunicación oficial que, por medio del consulado, propagó el rumor de que echaría a pique el buque de guerra español que estuviese más próximo a él, si continuaban los fusilamientos de súbditos británicos”.

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