La España que le tocó vivir al almirante Cervera
Conferencia impartida en el Teatro Municipal de Puerto Real (Cádiz), el 3 de julio de 2007, en el marco de los Encuentros de Historia (Los lugares del Almirante Cervera en la Bahía de Cádiz)

1898 representa para muchos españoles el desconsuelo y la amargura. El balance final de aquél año dio como resultado la pérdida de las últimas colonias que le quedaban a España en ultramar (Cuba, Puerto Rico, Filipinas) así como una cantidad enorme de vidas humanas.

Los acontecimientos que se produjeron entonces imprimieron a la sociedad española un estado de ánimo que fue derivando, desde la ilusión y la esperanza hasta la resignación, después de pasar sucesivamente por el enojo y el desencanto.

Se ha escrito mucho sobre cómo terminó España aquél fin de siglo en guerra contra los Estados Unidos y cómo se dejaron arrebatar las colonias; se preguntaba Joaquín Costa qué había ocurrido para que un país que “tuvo Marina antes que Venecia y paseó el Atlántico antes que Inglaterra; que adquirió libertades antes que Suiza y creó universidades antes que Alemania” hubiera llegado a tal grado de postración.

Realmente, ¿quiénes habían podido ser los responsables de tan extraordinario desastre?...

El pueblo español tuvo comportamientos, ciertamente, desconcertantes. Por una parte se preocupaba y se conmovía cuando, al son de la marcha de Cádiz, despedía a quienes combatían en las colonias; otras veces parece no prestarle mucha atención al problema, resignándose y buscando el esparcimiento que le evadiera de sus muchos problemas.

Que el ambiente no es el mismo de antes –incluso en la capital- lo prueba el “Blanco y Negro” de Mayo de 1898, en el que se puede leer: “El Madrid de ahora no es el Madrid alegre, frívolo, despreocupado, sino el que está impaciente, pendiente del periódico…”

Esta sensibilidad es más honda en el pueblo llano, que, unas veces se serena y otras se enciende según corran los vientos de Ultramar. Y cuando la suerte es adversa y la esperanza se va perdiendo, el clamor popular entra incluso en los teatros, donde grupos de ciudadanos interrumpen la función para exteriorizar sus sentimientos patrióticos.

Se representan obras y funciones patrióticas, y hasta se celebran corridas de toros con la finalidad de recaudar fondos y potenciar nuestra flota, pero de poco servirán, ya que pensar en ganar una guerra comprando barcos con colectas resulta de una extrema ingenuidad. Y es que una cosa es la generosidad de un pueblo y otra bien distinta son los deberes del Estado, entre los que se encuentra el armar adecuada y previsoramente a su flota.

Si quisiéramos visualizar o representar una “foto” de cómo era la sociedad española de entonces se mezclarían en nuestra mente las imágenes de lo que hemos comentado con otras más agradables. Estamos a finales del siglo XIX y el mundo moderno comenzaba a despertar de la mano de Siegmund Freüd o de Albert Einstein, entre otros. Se anunciaban muchos cambios que transformarían el siglo XX, entre ellos el automóvil, el cine, la aviación, la publicidad, o incluso los Juegos Olímpicos de 1896, los primeros de la época moderna…

Sin embargo, en honor de la verdad la realidad social de la España que Pascual Cervera vivió y conoció entonces era otra bien diferente: los campesinos trabajaban de sol a sol en jornadas de hasta dieciséis horas, y sin llegar muchas de las veces a un nivel digno de subsistencia. Pero en las ciudades el panorama no era mucho mejor: El paro, los bajos jornales y la mendicidad daban como resultado una clase trabajadora mal alimentada, mal alojada y peor vestida. La vida para cualquiera que no estuviera en una situación social privilegiada no podía ser fácil, tenía que ser una “dura lucha por la vida”.

El problema social del hambre, de la mendicidad y la enfermedad se resolvían con la caridad, y para ello las instituciones de beneficencia intentaban paliar el problema y atender a una población numerosa de desamparados. Los Ayuntamientos – como muchas Órdenes Religiosas- hacían lo que podían en sus asilos y comedores de caridad, donde cada día se repartían raciones a los infortunados que acudían hasta allí, e incluso en algunos cuarteles se repartía también el sobrante del rancho militar entre los mendigos.

La ola de pobreza fue en aumento a medida que finalizaba el siglo y comenzaba el nuevo. Con la crisis que la guerra produjo, para un soldado que volvía de Cuba era especialmente difícil encontrar trabajo porque el trabajo no abundaba. Así pues, el ex soldado de Cuba llevará una vida precaria que se hace más angustiosa a medida que las oleadas humanas de repatriados se van precipitando sobre Madrid y otras ciudades españolas. Su situación era especialmente grave por el hecho de que, en general, casi todos ellos habían sido mal pagados o no pagados durante su campaña militar.

La crónica del fin del imperio colonial español se puede contemplar y analizar desde diversos ángulos. Pero yo voy a relatar cómo se vivieron desde la óptica de uno de sus protagonistas de excepción –Pascual Cervera-, en la llamada “Cuba española”.

En medio de la zozobra social y política que vive España, Cervera se encuentra a comienzos de Febrero de 1898 en Cartagena preparándose para el inevitable destino final, y escribe a su hijo Juan comunicándole que ningún miembro de las dotaciones de los cruceros Vizcaya y Oquendo había faltado a su cita, y además…”creo como tu que no estamos preparados para una guerra con los Estados Unidos, pero al fin es preciso llegar al término de la guerra de Cuba y Dios querrá librar a la pobre España de un naufragio total”.

El 7 de Abril de ese mismo año Cervera escribe: “…La cuestión con los Estados Unidos toca a su desenlace y lo peor de todo es que me parece que en el Gobierno no hay plan ninguno y como estamos en la patria de Don Quijote, veo posible que nos lleven a una lucha como la de los molinos de viento, que si no fuera más que bufa, aún podría pasar, pero puede ser trágica y ruinosa en alto grado. Dios nos saque en bien…”

El 19 de abril el Congreso de los EE.UU. vota la resolución conjunta en la que, entre otras cosas, exige que el Gobierno de España abandone su autoridad en Cuba, y retire de ella y de sus aguas sus fuerzas de mar y tierra. Ése mismo día se reúne en medio del Océano Atlántico, en San Vicente de Cabo Verde, la Escuadra de Cervera.

Para prevenir un ataque exterior, el 21 de abril se instalan en el castillo del Morro de Santiago de Cuba dos cañones antiguos de bronce…del siglo XVIII y esa misma noche se celebra, en La Habana una gran manifestación de protesta contra los EE.UU., con el Capitán General de la Isla, Ramón Blanco afirmando ante la multitud: “Si Dios nos ayuda arrojaremos a nuestros enemigos al mar, y Cuba seguirá siendo española. Juro por la patria, encargado de defender la integridad de su territorio, que no saldré de Cuba vivo, si de la lucha no salgo vencedor”…

El 23 de abril se prepara al Crucero Reina Mercedes para resistir en Santiago. Imposibilitado de moverse, como su hermano gemelo el Alfonso XII que está en La Habana, se le tumban las vergas y se le blinda por uno de sus costados para poder batirse desde la boca del puerto.

Ese mismo día se reúne en Madrid, bajo la Presidencia del Ministro de Marina una Junta de Generales y Almirantes que acuerda por mayoría de votos que la Escuadra de Cervera debe continuar hasta las Antillas. De esta forma, la destrucción de dicha Escuadra era decretada de acuerdo con los deseos del Gobierno…

El hijo y ayudante del Almirante Cervera, Ángel, escribe el 23 de abril desde Cabo Verde a su hermano Juan: “…no he visto cosa igual y créeme que estoy tan desengañado de ver cómo estamos mandados sin una norma ni concierto, que voy madurando mucho la idea de retirarme o pasarme a la reserva cuando concluya esto y meterme a escardar cebollinos… …no dicen nada, ni el estado de cosas, ni del país, ni instrucciones, ni nada…”

Y el día siguiente vuelve a escribir: “Estoy tranquilo y Papá también lo está, pues él ha dicho lo que en conciencia cree, y si desgraciadamente lo que obtenemos es un desastre, no le podrá culpar el país de que no lo previó y advirtió… …Nosotros vamos con nuestros pasaportes perfectamente en regla a esperar los acontecimientos… …esta carta que te mando es para Rafaela, que te encargo que la leas antes de entregársela, que lo haces en el caso que falte… …adiós, querido hermano de toda la vida; abraza a todos, que no se si tendré tiempo y ánimo para escribir a todos…”

El 1 de mayo la Escuadra americana del Comodoro Dewey destruye la española mandada por Montojo en Cavite, Filipinas, en un combate desigual.

El 7 de mayo entra en el puerto de Santiago de Cuba un vapor alemán con 14.000 sacos de arroz, que salva del hambre a la ciudad bloqueada.

Con innumerables problemas técnicos para arrastrar a los cazatorpederos la Escuadra de Cervera atraviesa en trece días las vastas soledades del Atlántico, sin hallar enemigo alguno que le cerrase el paso. La disciplina, el ánimo y el buen humor de las dotaciones crecen por momentos. El 11 de Mayo llega la Escuadra a la Martinica, para repostar, pero su Gobernador sólo permite la compra de víveres, así que Cervera ordena poner rumbo a Curazao en busca de carbón. El carbón y la ayuda prometida por el Gobierno de Madrid no llegarán nunca…

El 14 de Mayo la Escuadra arriba a Santa Ana de Curazao, y el Gobernador de la isla sólo concede permiso a dos cruceros para hacer víveres y carbón. Entran en el puerto los cruceros Teresa y Vizcaya. Con la intervención del Cónsul de España, Cervera compra 600 toneladas de carbón, las únicas disponibles que había, pero con la condición de no permanecer en puerto más de 48 horas.

Mientras el “Boletín Oficial” (del Gobierno español en la Isla) publica numerosos edictos por los cuales se llama y emplaza a soldados y guerrilleros desertores, el 19 de Mayo se divisa desde el Castillo del Morro de Santiago de Cuba en el horizonte la silueta de la Escuadra de Cervera. La circunstancia de ser día de fiesta oficial, la Ascensión del Señor, hizo que acudiera a los muelles de Santiago un número considerable de ciudadanos. Al pasar por entre el Morro y la Socapa, la banda de música del buque insignia ejecuta la Marcha Real y la marinería, subida a las vergas, vitorea a España. Todas las autoridades acuden a bordo y el entusiasmo y el júbilo de los españoles se desborda.

Por la tarde la gente se pasea en botes alrededor de los buques fondeados –todos ellos pintados de negro- para convencerse con sus propios ojos. La oficialidad y marinería de la Escuadra recibe sus pagas de viaje y baja por secciones a tierra a recrearse y dar ligero descanso a la vida de a bordo. Cervera también acostumbra a bajar todos los días con sus ayudantes y dos o tres oficiales más. Acude a la Comandancia General y luego da un paseo por la calle de Santo Tomás, donde se detiene en el Café “La Cubana” a refrescar. Todos vuelven a sus buques antes de las cuatro de la tarde. Los marineros, clases y oficialidad subalterna pasean por la ciudad haciendo compras especialmente de tabacos, cigarros, dulces y también muchos “pericos” (o cotorras), todos animados y con buen humor, contentos y chistosos, sin producir el más leve altercado.

La Escuadra norteamericana del Almirante Sampson que mantiene bloqueado el puerto de Santiago de Cuba obliga al gobierno español a expropiar las existencias de carbón de dos empresas americanas y con motivo de esta penuria, los mambises (cubanos) componen unas coplas que dicen:

“Aquí ha llegado Cervera con su escuadra sin carbón, y en el “Morrillo” le espera el Almirante Sansón”

Para economizar el escaso carbón con que contaba la Escuadra, Cervera ordena apagar las calderas de todos sus barcos. A esta orden tan comprometedora le fuerza la lógica de los números: la velocidad máxima de embarque del carbón dados los medios que se dispone para su estiba y almacenamiento no pasa de 250 toneladas diarias, y puesto que, por otra parte, la escuadra al tener encendidas sus calderas consume 300 al día, el resultado final es que el embarque de carbón no llega ni para cubrir el consumo diario.

El Comandante del Teresa, Víctor Concas escribe de entonces: “Un detalle para comprender la escasez de medios con que el puerto de Santiago contaba era que, a pesar de haber recorrido todas las tiendas de la población, y a pesar de haber ofrecido el precio que quisieran, no fue posible encontrar más que un reducido número de espuertas necesarias para llevar el carbón. Hubo que meterlo como se pudo…”

El 19 de Mayo el contratista del alumbrado de gas de la ciudad de Santiago advierte que, en breve cesará de suministrar dicho servicio por falta de materia prima (petróleo crudo) para elaborar el fluido. Como también escasean las velas, la ciudad está amenazada de quedar pronto a oscuras.

El 20 de Mayo se organiza una manifestación patriótica en honor a los marinos de la Escuadra de Cervera que recorre varias calles, y el día siguiente se celebra un gran banquete en el Círculo Español, también en honor a ellos.

El 23 de Mayo un niño visita el Teresa, luciendo uniforme de Coronel del Ejército, y le regala a Cervera una botella de ron Bacardí con una cinta grabada con los colores nacionales representando la unión simbólica entre el Ejército y la Marina. Cuando el pequeño se presenta ante el Almirante, se cuadra, y saludándole con semblante severo, dice: “A la orden de V.E. Excmo. Sr. Reciba este presente de manos de este humilde coronel, en nombre de mi patria, de mi familia y de los españoles todos”.

El 1 de junio los norteamericanos intentan bloquear la entrada del puerto de Santiago con el vapor Merrimac, pero las defensas españolas lo echan a pique y Cervera inspecciona personalmente el sitio, rescatando a los náufragos, el teniente de navío Hobson y siete marineros voluntarios. Cervera aprieta efusivamente las manos de su comandante y le dice: “Bien, muy bien, sois unos valientes y os felicito!” Y como les era imposible atender a los prisioneros en cuestión de ropa y aseo, por ser grande la penuria de los barcos, envía a su Jefe de Estado Mayor, Joaquín Bustamante, a comunicarle al Almirante Sampson que los prisioneros están sanos y bien atendidos, y les ruega que les envíe a los ocho la ropa y los objetos personales de su uso. Bustamante permanece a bordo del New York un buen rato, contestando a las preguntas que le hacen sobre los prisioneros y esperando la ropa. Y sonriendo les dice: “Ustedes nos han complicado mucho nuestra salida”.

La procesión del Corpus sale por las calles de Santiago el 9 de Junio, asistiendo la oficialidad del Ejército y de la Armada, pero sin tropas ni salvas de artillería. Solamente una compañía de Voluntarios con la música del Regimiento de Cuba da escolta a la procesión.

El 11 de Junio Cervera envía al General Linares un mensaje solicitando que la artillería de costa aleje a la escuadra que bloquea el puerto para intentar salir de él y forzar el bloqueo. Y es que la Escuadra americana se acerca por la noche hasta las inmediaciones de la boca del puerto iluminándola con potentes reflectores de luz. Pero muy poco pueden hacer las defensas terrestres, que tienen un material muy anticuado y defectuoso, incapaz de alejar a los yanquis.

Son muchas las familias que abandonan la ciudad y van a los poblados de la línea férrea, huyendo de los bombardeos y del hambre. Cada día se hace más difícil resolver el problema de la alimentación para los que aún resisten allí.

En vista de la escasez de subsistencias, se publica un bando municipal por el que se prohíbe dar maíz a los animales, bajo severas penas. El comercio (español, casi en su totalidad) oculta mercancías para revenderlas a precios abusivos pero ningún comerciante infractor es castigado por ello.

Los periódicos locales reducen sus dimensiones por la falta de papel. En ese momento sólo tiran una hoja en color. Por otro lado, en la ciudad escasean de modo alarmante el agua, el carbón, la leña, el petróleo y los fósforos. El tabaco, la picadura y los cigarrillos son carísimos cuando se encuentran. Y en el mercado de la Concha nada se encuentra, pues lo poco que llega lo acapara la Escuadra de Cervera, que lo paga bien y al contado. Ya las panaderías no elaboran pan ni galleta por falta de harina.

A la tropa se le suministra pan de arroz, duro como la piedra, y sólo puede conseguirse para la alimentación arroz, harina de maíz, sardinas saladas y en conserva, chocolate, café y ron. Los fumadores emplean pipas que llenan con una picadura de tabaco floja, semejante al serrín de madera, y en vez de cerillas usan encendedores de piedra, eslabón y yesca.

El número de víctimas causadas por el hambre o por la ingestión de sustancias inadecuadas para la alimentación es enorme. Será el propio Concas quien describa entonces a los soldados del ejército español como espectros ambulantes, a quienes para colmo de desgracias, les deben 9 meses de sueldos atrasados… El General Linares se queja al Ministro de la Guerra del abandono, miseria y desnudez en que mantiene a su tropa por no recibir del Gobierno de Madrid ni medicinas (especialmente quinina y bismuto), ni alimento, ni dinero.

Cervera encuentra en el silencio de su camarote lugar donde reflexionar sobre las crecientes adversidades que va hallando y la situación dramática de la Plaza. A su hijo Ángel Cervera le asaltan también las preocupaciones cuando Concas le comenta:

-Ángel, malas noticias debemos tener. -¿Por qué lo dice, don Víctor? -Porque su papá se ha metido en la cámara y hace una hora que está formando un solitario con la baraja…

Las fuerzas de Cervera desembarcan el 22 de Junio para ayudar a la defensa de la Plaza, atendiendo la petición del General Linares. Mientras tanto, en La Habana ocurre un serio incidente entre el Capitán General Blanco y su Jefe de Estado Mayor, General Pando, quien desea enviar ayuda a la defensa de Santiago de Cuba. El asunto lo resuelve el Capitán General Blanco enviando a Pando… a una misión oficial y reservada en México…

El 25 de Junio Cervera transmite al Capitán General Blanco que, a su juicio “la salida implica seguramente la pérdida de la Escuadra y del mayor número de sus tripulantes, determinación que yo no tomaría nunca por mí, pero si V.E. me lo ordena lo ejecutaré”. Ese día el Gobierno Militar de la Plaza envía a cada uno de los sacerdotes y miembros del clero que se encuentran en Santiago un fusil Remington y 100 cartuchos, para que cooperen en la defensa de la ciudad, si ésta es atacada.

Al día siguiente Blanco contesta a Cervera de que exagera en sus apreciaciones y que, en todo caso, el Gobierno de Madrid opina del mismo modo que él, es decir, es partidario de forzar el bloqueo a toda costa. Cervera transmite otro mensaje a Blanco que termina con un “no soy yo quien decide la inútil hecatombe que se prepara”.

Llegan noticias desde el Canal de Suez: el Almirante Cámara, Comandante de la Escuadra de Reserva, cablegrafía al Gobierno de Madrid informándole que el Gobierno egipcio (pro-inglés) ha prohibido el trasbordo de carbón al Acorazado Pelayo y que les insta a abandonar inmediatamente todos sus puertos. La Escuadra que se pretendía enviar a Filipinas, tiene que regresar a España… Es otro fracaso más a añadir a las imprevisiones del Gobierno de Madrid…

Mientras tanto, en Santiago de Cuba el pánico es tremendo. El cañoneo del ejército sitiador, compuesto por norteamericanos y cubanos, y de la Escuadra norteamericana van en aumento. De vez en cuando los proyectiles que lanzan los buques pasan sobre la ciudad, o caen dentro de ella, produciendo fuertes detonaciones que hacen temblar los edificios y propagan una lluvia de metralla por todas partes.

La vida a bordo del Almirante va pareja a la de su tripulación; come lo que ellos; duerme menos que ellos y les lleva la ventaja de los sinsabores de la responsabilidad del mando de una Escuadra cuyo trágico fin presagia. En la mesa del Almirante se come al estilo filipino, poniéndose en medio de la mesa una gran fuente de morisqueta (arroz blanco) que sirve de pan y sacia el hambre, del mismo modo que se da a la oficialidad y a la marinería.

Es muy rara la vez que el cocinero logra traer carne o algo de fruta a los barcos. En la mesa Cervera jamás permite que se hable de asuntos del servicio, ni de la situación angustiosa de la Plaza, ni que se le den noticias o hagan preguntas sobre los preparativos o planes, para evitar indiscretas interpretaciones. Terminada la comida, prosigue su vida oficial. El Almirante embarca con frecuencia en la lancha exploradora para inspeccionar el estado de los barcos, visitar a los enfermos del hospital o acudir donde se reclama su presencia. Los Cruceros cambian de fondeaderos para evitar que los informadores cubanos que poseen los norteamericanos en la ciudad den la posición exacta de sus buques al enemigo.

Su escrupuloso cuidado para que no llegue a conocimiento de los subordinados la gravedad de la situación llega hasta el extremo de no permitir que los equipajes de los oficiales y jefes se desembarquen de los buques para asegurarlos en las casas amigas de la ciudad, pues de permitirlo, crearía sospechas de que el Almirante dudaba del éxito de las operaciones, bajando la moral de sus hombres.

El 1 de Julio la vida normal de la ciudad se ha paralizado por completo y todos los comercios han cerrado sus puertas. Los marinos españoles colaboran con el ejército y combaten cuerpo a cuerpo contra los cubanos y los norteamericanos; el Capitán de Navío Bustamante cae herido de gravedad de un balazo en el vientre, mientras defiende las Lomas de San Juan, a las afueras de Santiago. El diario decano de la prensa local “La Bandera Española” sale por última vez a la calle admitiendo que casi todos sus redactores y empleados mecánicos están en el campo de batalla. Sólo transitan por las calles militares que van o vienen de las trincheras. Santiago es una ciudad fantasma.

El 2 de Julio el Almirante prepara un legajo con todos los documentos oficiales, cartas y telegramas cruzados entre él y el Gobierno, lo lacra y se lo entrega al Arzobispo de Santiago, quien se obliga, bajo palabra de honor, a guardarlo con todo sigilo para hacerlo llegar a su tiempo, bien a Cervera, si éste queda con vida, bien a su familia, si perece en el combate.

El 3 de Julio se le sirve a la marinería un rancho extraordinario, el último para muchos de ellos y la Escuadra leva anclas, iza sus grandes banderas de combate y enfila las proas de sus buques hacia el angosto canal de Santiago. El Teresa con la insignia de “Comandante General a bordo” desfila por delante de los demás barcos de la flota. La marinería de éstos, subida a los mástiles, saluda a la voz, por última vez, a su Almirante…

Son las nueve y media de la mañana y a la misma hora que la Escuadra de Cervera sale por el puerto de Santiago, son las cuatro de la tarde en Madrid, hora en que comienza el paseíllo en una corrida de toros que será lidiada por los espadas Joaquín Navarro (Quinito) y Ángel García Padilla…

El Comandante del Teresa, Concas, relata aquellos instantes: “Pedí al Almirante su venia para romper el fuego y entonces sonó la corneta de órdenes, dando la señal de comenzar el combate, orden repetida por todas las de las baterías y seguida de un murmullo de aprobación de todos aquellos pobres marinos y soldados de Infantería de Marina, ansiosos de pelear, pero que no sabían que aquellos ecos bélicos de las cornetas eran la señal que arrojaba la Patria a los pies del vencedor.

Mis cornetas dieron el último eco de aquellos que la historia cuenta que sonaron en la toma de Granada. Era la señal de que terminaba la historia de cuatro siglos de grandeza y que España pasaba a ser nación de cuarto orden.

¡Pobre España! Le dije entonces al Almirante, a mi querido y noble Almirante, y éste me contestó significativamente con la cabeza, como diciendo que había hecho cuanto era posible para evitarlo y que estaba tranquila su conciencia”

El combate termina cuatro horas después con la Escuadra de Cervera destruida o embarrancada, y con un saldo final de más de 350 muertos y más de 1700 prisioneros.

Epílogo

Con este episodio se concluye en Cuba una guerra que había comenzado treinta años antes, y aunque hubo largos periodos de paz, se vivió un clima casi permanente de guerra que llevó el dolor, el sufrimiento y la angustia a millares de hogares españoles. Entre 1895 y 1898 murieron en la isla casi 45.000 hombres, de los cuales el 93% murió por enfermedad y sólo el 7% a consecuencia de las heridas recibidas en combate.

Los jóvenes españoles que rehusaron hacer el servicio militar aquel año de 1898 fueron cerca de 8.000, muchos de los cuales prefirieron desertar y huir al norte de África, Portugal, Francia y América en general, antes que embarcarse a Cuba.

No podemos olvidar que el Ejército que se enviaba a Cuba era una fuerza heterogénea, sin instrucción alguna, sin género alguno de aclimatación, con un elevadísimo grado de analfabetismo (superior al 70%), sin costumbres militares, con el ánimo decaído y con una escasa y mala alimentación. Ahora se puede entender mejor por qué Cervera insistía en la “suerte” que le cupo tener: una Escuadra que no tuvo ni un solo desertor y que estaba bien alimentada…

La insensibilidad de las autoridades se refleja en testimonios como el de un soldado repatriado en Septiembre de 1897, que llegó a las costas gallegas en el Vapor Isla de Panay, y que en su Diario de Campaña escribe que había pasado mucho frío y que durante la travesía habían tenido que dejar atrás setenta y cinco cadáveres de soldados que fueron arrojados al mar. Tres días antes de alcanzar la costa española se les suministró, a la tropa que aún quedaba en pie, nuevos trajes de rayadillo para “poder desembarcar limpios cuando llegara el momento…”

La palabra “desastre” se inscribió en la historia, y además fue acuñada para significar algo que sacudió a toda España. Sin embargo, y como consecuencia de la derrota militar España no se vio envuelta en un caos, ni hubo revoluciones sangrientas, ni desapareció la Corona, ni se repitieron los cuartelazos, ni se cambió de régimen. La palabra desastre sólo se puede aplicar a los políticos y gobernantes, que en sí mismos fueron un permanente desastre. El único Ministro que dimitió fue el de Marina –Segismundo Bermejo- tras conocerse la derrota de la Escuadra de Montojo en Cavite. Los demás ni siquiera se dieron por aludidos, empezando por el Presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Mateo Sagasta…

Cuando alguien se refiere al 98 se le asocia a un desastre humano y social. Y en efecto, así fue, ya que la política colonial se cebó principalmente en la gente humilde. Muchas familias tuvieron que padecer la angustia de no saber realmente qué estaba ocurriendo, cuál era la suerte de los soldados, cuántas calamidades debían soportar, si vivían aún o habían muerto ya en la contienda. Estos, por su parte, se encontraban de pronto ante el horror de la guerra, ante la duda de la vida o la muerte, ante la obligación de matar al contrario y –si conseguían soportarlo- aún les quedaba por delante las penosas condiciones de la repatriación, las secuelas físicas y psíquicas o las escasas posibilidades de reinserción en el mundo laboral.

Pero el fin de la guerra trajo a las familias españolas la mejor de las noticias posibles: un inmenso alivio porque sus hijos ya no tendrían que vestir el uniforme de rayadillo ni combatir, bien fuese en la manigua cubana o en los manglares filipinos, en una guerra que no era suya y que –además- sabían perdida de antemano.

Conviene recordar que, desde las Cortes de Cádiz, se venía aplicando la liberación del servicio militar, llamada “redención en metálico”, y que significaba la entrega de 2.000 pesetas a cambio de no ir a la guerra. En 1898, 23.284 jóvenes de familias acomodadas se libraron por este procedimiento, que no se suprimiría hasta 1912, cuando una ley de reclutamiento desterrara estos privilegios. Teniendo en cuenta que los jornales de aquella época eran de hambre, la “redención en metálico” resultaba desorbitada para las clases humildes, que no la podían pagar. Por consiguiente, a ultramar se destinaba a los Jefes y Oficiales, que eran profesionales, y a una inmensa mayoría de jóvenes sin recursos que no tenían otra posibilidad mejor, salvo la de desertar.

En cuanto al desastre económico del 98, no fue tan grande como se ha venido sosteniendo durante décadas, ya que el presupuesto que alimentaba a los ejércitos expedicionarios y que tuvo en pié de guerra a más de 400.000 hombres durante el último tercio del siglo XIX dejando exhausta a la hacienda pública española, se suprimió una vez terminada la misma. Por otra parte, la repatriación de capitales fue relativa, ya que la presencia económica española se mantuvo en la isla después de la guerra. Y porque la mitad de los españoles que allí vivían adquirieron la ciudadanía cubana. Además, con el paso de los años la emigración española a la América hispana (Cuba, Argentina, Uruguay,...) se fue recuperando, e incluso creció en la primera década del siglo XX.

Desde un punto de vista económico, Cuba hacía tiempo que no era española; de hecho entre 1891 y 1895 casi el 85% del total de las exportaciones cubanas se dirigía a los EE.UU. Todo ello significaba que desde hacía tiempo, la metrópoli económica de Cuba ya no se encontraba en España, sino en los EE.UU.

La guerra, en su tramo final y decisivo, no fue contra Cuba, sino contra los EE.UU., que fue la gran potencia emergente que no toleraba que otra nación en abierta decadencia –como era España-, se le cruzara en su camino expansionista. Era una especie de relevo entre el viejo imperio y el nuevo imperialismo. Lo que se perdió en Cuba no fue, en definitiva, algo de gran valor material, sino una ilusión, la ficción de ser todavía uno de los grandes poderes coloniales. Pero, sobre todo, era una derrota moral.

España no supo cerrar con inteligencia su etapa colonial y la historia de su decadencia corre estrechamente unida a la de la progresiva insensibilidad e irresponsabilidad de sus líderes. Los marinos y los militares tuvieron que jugar solos la partida a miles de kilómetros de distancia, sin que desde Madrid se vislumbrara una política estratégica y coherente entre el centro y la periferia colonial. La guerra la hicieron el pueblo y el sufrido Cuerpo de Oficiales, como se apuntaba anteriormente, y por ello, al concluir la guerra, se encuentra una especie de remordimiento en las clases dirigentes que, sin excepción, no participaron en ella.

Y es que ningún miembro de la burguesía participó en la guerra y los intelectuales del 98 que “lloraron a España”, pagaron precisamente por no ir a ella… Tan sólo Ramiro de Maeztu, se vistió de uniforme, aunque hizo la campaña en Mallorca.

El desenlace final del 3 de Julio de 1898 no pudo ser otro que el pronosticado por Cervera y conocido previamente por los políticos de Madrid. Pero la situación interna, la presión de la opinión pública, el miedo a un pronunciamiento militar, en definitiva, la salvaguardia del sistema político y del propio régimen, aconsejaban sacrificar la escuadra y el prestigio de sus militares.

Por otra parte, la decepción por el fracaso militar socavó de modo implacable la credibilidad del Estado y, en consecuencia, otorgó una legitimidad a los regionalismos vasco y catalán de los que antes no disponían, hecho que los convirtió en beneficiarios de la crisis. El científico y Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal llegó a escribir que “una de las deplorables consecuencias del desastre colonial fue la génesis del separatismo, disfrazado de regionalismo”.

A ningún pueblo le gusta recordar ni estudiar sus derrotas, pero Cuba fue el fin de un proceso, no de una simple derrota militar, ni algo de lo que el pueblo español tenga que avergonzarse, sino todo lo contrario.

Un pueblo y un ejército que lucharon, a pesar de los defectos de unos gobiernos corrompidos y de una prensa irresponsable, con honor, valor y patriotismo y una dosis de fe que es difícil de entender y encontrar en las guerras coloniales. Para el historiador Fernández Almagro “haría falta la mente de un Shakespeare para imaginar una situación tan trágica como en la que se encontraba Cervera”. Y es que a menudo se han confundido sus cualidades de hombre cabal y realista con el de pesimista y derrotista.

Cervera, al llegar repatriado de los EE.UU., y ser recibido en el puerto de Santander por diversas Comisiones, dijo: “Tenemos la conciencia tranquila de haber cumplido nuestro deber, pero las naciones no se engrandecen más que con sus victorias y nunca con sus derrotas, por gloriosas que puedan ser. España ha vivido en la ficción y es necesario que nos coloquemos en la realidad”.

Cuando el Ministro de Marina Auñón, con sus ayudantes, todos vestidos de paisano, esperaban a la Comitiva, le preguntó a Cervera: “Siento mucho lo ocurrido, mi General. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio”.

“Así es –contestó Cervera- todo menos el honor”.

Cervera, al volver del destierro, intentó en varias ocasiones ir a su casa de Puerto Real, pero se le prohibió con el pretexto de que tenía que estar en Madrid a disposición del Tribunal Supremo. En vista de esto, tuvo que trasladar a su familia desde Puerto Real y alquiló un modesto piso en la madrileña calle del Barco.

A principios de 1899 obtuvo un permiso especial que le permitió salir de Madrid y recuperarse de su maltrecha salud. Pascual Cervera pudo entonces volver a “tomar el solecito y respirar de nuevo el aire de los pinares de Las Canteras”, como a él le gustaba decir. El 6 de julio de 1899 el Tribunal Supremo de Guerra y Marina hizo público el acuerdo por el cual se le sobreseía en la causa seguida contra él por la pérdida de la Escuadra española en Santiago de Cuba.

Con esta exposición, he pretendido dar una imagen más cercana al hombre y menos militar de Pascual Cervera Topete, que encarna el papel del leal cumplidor para con su patria y que –además-, hubo de soportar a la vuelta de su cautiverio, que los políticos de la época no vacilasen en llevarle a un Consejo de Guerra. Curiosamente, ningún político de la época llegaría a sentarse jamás en el banquillo de los acusados…

En la hoja de servicios de Pascual Cervera Topete consta que, de los setenta años que vivió, dedicó más de 56 años de su vida al servicio efectivo en la Armada Española y a las puertas de su muerte, volvió a defender a todos sus hombres, declarando: “No ha habido una sola vez en que haya hecho un llamamiento al honor y al deber de mis marineros y que éstos no hayan respondido plenamente a mi apelación, y que si alguna falta pudo haber, nunca fue de ellos, sino mía”.

El 3 de Abril de 1909 fallecía en su casa de la calle de Santo Domingo, 36, de Puerto Real, acompañado de toda su familia, dando ejemplo de dignidad y cariño a todos los que le rodeaban. En 1916, por decreto del Rey Alfonso XIII, sus restos mortales se trasladarían a la que sería su morada definitiva, el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.

Sras. y Sres., con estos breves apuntes doy por finalizada mi intervención, que espero les haya resultado de su interés. Muchas gracias por su atención.

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