Víctor M. Concas, el que fuera comandante del crucero Infanta Mª Teresa y capitán de banderas de la escuadra de Cervera en el combate del 3 de julio de 1898, escribió en 1910 a su hijo Juan Cervera Jácome una carta aclarando y opinando en torno a la aureola creada en torno a Pascual Cervera Topete sobre su campaña en Joló (Filipinas).
“…Lo que digo del Ejército filipino (1) es la décima parte de lo que debiera decir; pero dado que yo vivo en plena lucha de la política y que la gente se hace solidaria para no oír la verdad, espere Vd. que a que yo me vaya a discurrir sobre hidrografía y batallas con su buen padre si alguna vez quiere Vd. hacer uso de este documento.
Aparte de esa observación, me permito indicarle que lo guarde para Vds. sólo, pues esta historia no interesa ya a nadie, y más cuando la opinión del Cuerpo, seguramente con injusticia, atribuye a Vds. los Cervera un exceso de individualidad personal y colectiva. Este documento no tendría hoy interés y puede tenerlo como histórico dentro de veinte años en que estarán Vds. a la cabeza de la Marina…”
Víctor M. Concas 5 de mayo de 1910
Existe sobre los servicios de su buen padre, que en adelante denominaré simplemente Cervera, algo que no consta y que no es fácil tampoco decir, pues el mérito relevante proviene de deficiencias ajenas en la mayor parte de los casos, las que sin embargo los interesados no están dispuestos a oír; y cuando el mérito relevante, la abnegación y el valor se abren paso entre una masa de vulgaridades, los celos y una verdadera obstrucción atajan el paso al más valiente, quedando tan sólo en la conciencia pública esa aureola de la que Vd. me pide razón.
Yo tengo muchos datos, conservo muchas notas y sobre todo vivo el recuerdo de aquellos tiempos, así que empiezo dejando a su discreción lo que vaya saliendo de estas líneas, sólo como un recuerdo para sus hijos.
Su buen padre, capitán de fragata muy joven, pues apenas tenía 33 años, fue nombrado comandante de la corbeta Circe, que estaba en Filipinas, y al pasar por Barcelona, quedamos en que yo sería su Segundo, por lo que al Correo siguiente marché para Manila, donde debíamos reunirnos.
Al llegar Cervera a Cavite, la Circe había sido dada de baja en las listas de la Armada, dándosele en su lugar el mando de la Corbeta Santa Lucía a cuyo buque yo le seguí de Segundo; vacantes ambos puestos a causa de una operación de guerra poco meditada, que en la isla de Patean había costado la vida a un oficial, al médico y a varios marineros.
En aquel entonces la División del Sur de Filipinas (Zamboanga) a que pertenecía la Santa Lucía estaba en un estado militar, tan sólo comparable con la escuadra que fue del Pacífico, con Méndez Núñez, pero por un defecto, por desgracia demasiado general: el Jefe de la División era un cargo completamente burocrático, y faltaba a bordo un jefe de alientos que utilizara el estado marcial de aquella flota, por lo que Cervera fue admirablemente recibido. La corbeta Santa Lucía llegó a ser un modelo de buque militar en todos los conceptos, y su comandante se encontró con elementos con que poder desarrollar todas sus iniciativas.
Hay que observar que en medio de estas circunstancias había una muy importante que debía tenerse en cuenta, como era que menudeando los desembarcos había llegado el enemigo a condiciones sumamente favorables cuando no podía funcionar la artillería, pues mientras enredados en trámites curialescos para adquirir el armamento Remington, seguíamos todavía con el Minié (2), y en espera del relevo no solo faltando la mitad de las bayonetas, sino mucho de él en mal estado, mientras que los joloanos estaban perfectamente armados con Saider-Enfield (3), desechos del ejército inglés, inmensamente superiores a nuestras carabinas.
Vacilaba la moral de las tripulaciones, sobre todo después de lo ocurrido en Patean. Y para que nada faltase los que habíamos hecho la campaña de Cuba habíamos llevado a Filipinas armas modernas (Cervera tenía un Spencer y yo un Winchester y ambos tirábamos muy bien) contribuyendo inconscientemente a desmoralizar las tripulaciones, razones todas de urgencia para que un jefe de prestigio restableciera la moral y fuera recibido como lo fue Cervera.
Terminada la sumaria (4) por lo de Patean, volvió a tomar el mando de la Santa Lucía el comandante propietario, cesando Cervera, que tomó el mando interino de la División del Sur, y que ejerció no de oficinista, sino a bordo y en operaciones como dice su hoja de servicios.
Fue en esto nombrado comandante de la Comisión Hidrográfica por el comandante general del Apostadero, quien pidió a Madrid su aprobación. Hay que hacer en esto un verdadero capítulo aparte.
La Comisión Hidrográfica de Filipinas, instalada a bordo de la corbeta Wad-Ras y con el cañonero Mindoro a sus órdenes, llevaba años trabajando en Tavi-Tavi haciendo un levantamiento tan exacto como inútil, y con el que ni en cuatro siglos se hubiera sacado del caos el archipiélago filipino.
Cervera en cambio, entusiasta de los trabajos de Montero, de Bustamante, Malaspina, Patiño, Belcher y Beautemp-Beaupré, rompió aquellos moldes, transformó la Comisión, a la que de nuevo me llamó para ser su Segundo, y con la escuela de los grandes maestros, sacó del caos en pocos meses desde Basilan a Tavi-Tavi, realizando el trabajo más notable que se ha hecho en los tiempos modernos y que no olvidaremos jamás los que en él fuimos sus discípulos y sus entusiastas auxiliares.
Parte de este tiempo en que tuvo también el mando de la División, la aprovechó para la expedición a Buli-Buli en la isla de Basilan con la circunstancia notabilísima por lo excepcional, que aprovechó las confidencias y a los mismos moros como auxiliares.
La grave enfermedad de su hermano mayor D. José, administrador de la provincia de Pampamga, hizo que debidamente autorizado me entregara el mando del buque y de la Comisión cabiéndome la honra de haber terminado la carta de la isla de Joló y sobre todo de haber verificado una operación de la mayor importancia para Cervera.
Era ello, que los partidarios del sistema, que sin razón alguna apellidaban científico, objetaban la exactitud de la triangulación verificada por Cervera, y yo tuve la gran satisfacción, siguiendo las lecciones de mi amigo y maestro de hacer una estación sobre la roca Halcón (Banco Tacud-Pabunuan) en que ligué su triangulación con la de Montero, traída desde China, con la de Beautemp-Beaupré, la de Villavicencio y por fin la de la corbeta inglesa Nassau desde la costa norte de Borneo, resultando de la más admirable exactitud, sin la pérdida de tiempo y de lo muchos miles que representaban hasta 5 buques que en otras manos, habían empleado cerca de tres años en levantar un pedazo de costa.
En el intermedio había llegado a Madrid la propuesta del almirante Antequera y a la reclamación de los oficiales que habían hecho los llamados estudios mayores no fue aprobado el mando de la Comisión Hidrográfica, con la especialidad que no había ningún voluntario, pero nombrado uno de ellos, dignísimo jefe, para mandar la Comisión, le hice entrega de ella, dejándola al poco tiempo por mi parte por desacuerdo científico, yendo yo a mandar un cañonero.
Como Cervera había tenido que dejar precipitadamente la Comisión Hidrográfica, quiso naturalmente revisar los trabajos y las carpetas de cálculos, que yo como buen amigo, le tenía ya completamente preparados; y esa fue la breve Comisión en Zamboanga de que habla su hoja de servicios y como allí en todos los terrenos, en lo militar y en lo científico, inspiraba celos, y por otra parte, haciendo justicia, él por la suya no pecaba de prudente, pues tenía un verdadero frenesí de conversación, fue nombrado Comandante del Norte (Cebú) abandonando las aguas de operaciones.
Poco tiempo había de durar su ausencia pues de nuevo fue nombrado comandante de la corbeta Santa Lucía y enseguida se conoció su llegada en el apresamiento del vapor contrabandista Sultana, después cañonero Prueba, operación de gran mérito llevada a cabo el 22 de junio de 1875.
Era entonces Gobernador Capitán General de las Islas Filipinas el contralmirante D. José Malcampo, quien se propuso la conquista de Joló y terminar con la guerra naval que hacía cuatro años que duraba, confiando a su antiguo amigo Cervera la misión de estudiar la campaña, que es la comisión reservada de que habla su hoja de servicios. Y aunque yo no estaba entonces con él, he cooperado en más de uno de sus trabajos y conozco todos sus incidentes.
Empezó Cervera por hacerse con tres confidentes y levantar tres itinerarios en comprobación, y enseguida hizo una serie de desembarcos en toda la isla, tanto para reconocer las playas como los lugares inmediatos y despejados donde fortificarse y establecer una base de operaciones.
El plan suyo y definitivo, propuesto, fue desembarcar por el sur de la isla cercano a Maibung, tomar éste por la espalda en terreno despejado, al mismo tiempo que la Escuadra atacaba de frente las casamatas que cerraban la entrada del canal. Desde Maibung iría el ejército a la ciudad de Joló con una marcha que no llegaba a tres leguas y en cuyo trayecto no había más dificultad que un bosque, cuya extensión era de poco más de un kilómetro, sin río ni terreno pantanoso alguno, que tan peligrosos son en los trópicos, y en cambio de la marcha se podrían tomar las cottas (fortalezas) de Joló, todas abiertas por la gola (5), con la circunstancia de gran trascendencia moral de que la última operación de guerra, que a la vez que sería la última que mandase el Capitán General, fuese la toma de la capital del Sultán.
Mientras estaba en estos trabajos ocurrió un hecho de armas notable, que valió a Cervera el empleo de coronel con sueldo y no pocas murmuraciones de sus compañeros, con la sinrazón de los hechos que voy a referir.
En efecto, soplaba muy duro el viento al S.O. y toda la escuadra de la División del Sur estaba bregada en el puerto de Malamaui vecino a la rada de Zamboanga. Cuando entró la corbeta Santa Lucía al mando de Cervera, con la insignia del Jefe de la División, con el aspecto marcial y las señales de un largo crucero, aunque con menos barnices que ostentaban las demás naves.
El Jefe de la División reunió a los comandantes y les expuso que faltaba el correo de Balabac y que había indicios de que algo grave ocurría allí en aquella colonia y que era preciso acudir en su socorro; y a pesar de haber dos corbetas que se decían bien mandadas y completamente listas, sus comandantes hallaron razones para no salir y sólo Cervera metiendo, como pudo, un poco de carbón y corriendo el temporal salió a las pocas horas a cruzar el mar de Mindoro.
En Balabac había ocurrido una espantosa catástrofe: sorprendida la colonia por una expedición pirata, habían pasado a cuchillo a cuantos estaban en la enfermería y haciendo en lo demás terribles destrozos, sin que por cierto se pidiera responsabilidad después al Gobernador Jefe de la Estación Capitán de Fragata Don XX (6) responsable de tal descuido.
Cuando llegó la Santa Lucía aún estaban los piratas en tierra contra los que desembarcó casi toda su gente al mando del Segundo, teniente de navío Parga, quedándose a bordo casi sin más que una treintena de hombres, cuando se avistó el panco (7) pirata que se hacía mar afuera; y abandonando el ancla le dio caza evitando con gran trabajo el abordaje, pues ni gente había a bordo para la máquina, terminando el combate cuando sobre el buque y los enemigos no quedó más que la superficie tranquila del mar, y en la imposibilidad de hacer prisioneros y la necesidad de un escarmiento que con su respeto salvara nuestras desperdigadas colonias.
La vuelta de Cervera a Zamboanga fue un triunfo, en particular por toda la oficialidad, y yo que era Segundo de uno de los comandantes que no habían salido, a las observaciones insidiosas hacia la reflexión de que si Cervera fue a buscar a los piratas era natural que él fuera quien hubiera dado con ellos, pues a los demás era necesario que nos los hubieran traído a la mesa para que hubiésemos dado cuenta de ellos. Pero se acercaba la campaña de Joló y a instancia del Capitán General dejó el mando de la Santa Lucía.
JOLÓ
Preciso es para conocer los servicios de Cervera en Joló hablar antes de las circunstancias de la campaña.
A la conquista de la isla de Joló fue el Gobernador Capitán General contralmirante Malcampo llevando un ejército de desembarco de 13.000 hombres y una poderosa flota. Y por cierto que cabe hacer mención de una conversación de que fui testigo presencial, pues yo había sido ayudante de Malcampo en la isla de Cuba y conservaba con él verdadera intimidad: y fue que a una observación de que aquella fuerza era excesiva, contestó Malcampo que no había llevado más fuerza porque no tenía más, pues en Filipinas, no podía España arriesgar la pérdida de una batalla puesto que la primera que se perdiera sería seguramente la última, puesto que con ella se iría entero el Archipiélago, conocimiento profundo que ha faltado muchos años después.
Desde luego, el contralmirante Pezuela, Comandante General del Apostadero, tomó el mando de toda la Escuadra desapareciendo la División del Sur y de sus cañoneras, que eran 12 o 14; se hicieron dos Divisiones, una al mando de aquella División y otra al de Cervera, que por cierto eligió los comandantes y que conociendo a palmos el archipiélago, cuyos planos había levantado, y siendo el único que tenía relaciones con los joloanos, no cabe duda que fue el hombre necesario por mar y por tierra con celos de todos, especialmente del Estado Mayor de aquél Ejército a un extremo que no es posible relatar.
Por parte del Ejército parece imposible a qué extremo llegaba la nulidad de aquél Estado Mayor al prepararlo para la campaña. Las tropas venían sin un bolo (8) con qué abrirse campo en medio de la manigua y sin cuyo instrumento no puede darse un paso en los trópicos. Las tropas venían con sus morrales-mochilas a la espalda como si con esa impedimenta pudiera atravesarse la manigua, y al desembarcar hubo que hacerles abandonar todo, de modo que ninguno tuvo los pequeños recursos que son consiguientes: las medicinas, embarcadas sin orden ni concierto en el vapor trasatlántico León, no pudieron sacarse hasta después de terminada la guerra y gracias a que se barrió todo de la Escuadra, escaseando medicamentos y vendajes con un buque cargado hasta los topes.
Contra todo consejo, escogieron para el desembarco unas embarcaciones del río Pasig, llamadas cascos, embarcaciones enormes rectangulares donde cabían muy bonitos y hasta formados hasta 200 soldados en cada una, pero con la carga calaban más de dos metros, de modo que el desembarco había que hacerlo a nado.
Pero lo más grave era que las tropas no llevaban medio alguno de comer en marcha sino las enormes pailas (9) del cuartel, de modo que al librar una acción había que decirle al enemigo que esperase mientras las tropas iban al cuartel a comer y que volverían enseguida al campo de batalla.
En estas condiciones, imposibilitado el Ejército de hacer una marcha de tres leguas, y además de ser el plan de campaña propuesto por Cervera, desistió del ataque por el sur de la isla, resolviendo hacer el desembarco en Panticolo, junto a la misma Rada de Joló y allí sin reconocimiento previo, fueron los famosos cascos que embarrancaron en las playas y tenían 5 o 6 metros de agua al costado, y gracias al desembarco de 400 marineros al mando del capitán de fragata D. Vicente Montojo, que tomaron la playa ya que todos los botes de la escuadra se lanzaron a descargar los cascos y, sobre todo, a que el enemigo no tenía artillería en tierra, se pudo evitar un día de luto.
Imposible de establecerse el Ejército en seis metros de playa con un bosque virgen al costado, se internó el Ejército creyendo poder hacer la operación de tomar las cottas, por la espalda, emprendiendo la marcha al interior sin una noticia, y sin un guía, regresando a la mañana siguiente en completa derrota con un número enorme de bajas para tomar de frente a Joló, costara lo que costara, y gracias al auxilio de la escuadra.
Llamada inmediata del capitán de fragata Cervera para que fuese en busca de guías y confidentes; y al pedirle al Jefe de Estado Mayor 40 duros para pagar a uno de estos, le dijo que no tenía fondos para esos gastos, de tal forma y modo que Cervera cortó todas las relaciones y en cuanto allí se hizo fue sin guías, sin noticias y completamente a la aventura; y esta es la segunda comisión reservada de que habla su hoja de servicios.
Falta para comprender la situación del porvenir, hablar de lo que quizás es lo más grave y es la situación moral de disgusto que los ascensos de la campaña de Cuba había creado en el personal de Filipinas y que al hablarse de una campaña contaba cada una por lo menos con dos empleos.
Pero la campaña fue brevísima; lo principal que era la toma de la ciudad fue un combate cuya importancia no derivaba más que la falta de preparación; y como operación de guerra fue la única que mandó en persona el Capitán General por lo que las recompensas fueron muy contadas. Y así sucedió que al ir a Joló era Malcampo un ídolo de sus subordinados y donde quiera que hubiera dos militares se contaban sus proezas de la campaña contra los piratas, y al volver efectivo vencedor de Joló, resultaba moralmente derrotado en los afectos de todos, por las esperanzas fallidas de injustificadas recompensas.
En Marina después de cuatro años de servicios de campaña muy dura y de muchísimos hechos de arma, sólo tuvimos el empleo de comandante con sueldo en la campaña de 1876 el teniente de navío Sidrach, Cardona y yo, por hechos puramente personales y nadie se quejó, pero no así en nuestros compañeros del Ejército que postergados por los de Cuba, crearon un estado de hostilidad a Malcampo del que no hay ejemplo en la Historia. Marchó el Ejército de operaciones, quedando sólo el de ocupación, nombrando Gobernador al coronel capitán de fragata Cervera, tanto de la plaza todavía hostilizada, de la Isla no conquistada, del Archipiélago también por conquistar, con una guarnición agraviada por las desilusiones de las recompensas que argüía descaradamente que si con el Capitán General no se había dado nada, menos se había de dar ahora y a todo lo que se agregaba que el jefe era de Marina y no de muy alta graduación, para excusar que quedaran 4.000 hombres a sus órdenes.
Gran honra para el capitán de fragata Don Pascual Cervera, pero honra que había de llevar sobre sus hombros una carga enorme, cuyas señales le han durado hasta que Dios quiso llevárselo a un mundo de más justicia.
En Joló había mucho que hacer: bosques que desmontar, tierras que remover de donde salían miasmas que llevaban la muerte; fortificaciones que construir, pantanos que desaguar; constantes salidas que casi siempre terminaban en encuentros sangrientos, y todo ello bajo una base de disgusto permanente.
Mientras tanto de Manila el Estado Mayor sostenía la hostilidad, y Cervera no pudo conseguir que se le enviara ni un carabao, y ni siquiera un caballo a pesar de tan fuerte guarnición, ni ningún auxilio, y en medio de este estado de cosas sin un Segundo que le ayudara y le descansara y con ataques del enemigo todas las noches, adquirió la enfermedad del corazón que le llevaría al sepulcro.
Faltaba un hecho que colmara la medida y este ocurrió produciendo la ruptura de Cervera con cuantos Jefes y muchos Oficiales que tenía a sus órdenes, salvo el Director de la Enfermería militar. El hecho fue que nuestro común amigo el hoy general de la Armada en la reserva, Don José Romero y Guerrero, escribió a Cervera desde Zamboanga que en casa del chino Hilario había comprado garbanzos de Castilla y otros víveres más baratos que en España, los que no podían ser sino robados en Joló donde reinaba la escasez y morían en número excesivo los soldados, mientras que en la Estación Naval no había tenido la Marina ni una baja. Al aviso se esperó que un buque propiedad de aquel comerciante, que hacía el tráfico con la plaza, que se diera a la vela y ya en la mar le dio alcance un bote de la goleta Filomena y reconocido se vio que llevaba un cargamento completo de víveres robados a la guarnición de Joló.
El hecho y la cantidad enorme de lo robado dieron lugar a una escena de la mayor gravedad, y como en la reunión uno de los oficiales tuviera la malhadada ocurrencia de calificar de desgracia el descubrimiento del robo, Cervera fuera de sí en un exceso de ira y de desesperación no tuvo continencia alguna y no hubo insulto ni ofensa que no dijera a los allí reunidos, que si bien hubieron de callar hacían ya imposible su continuación.
Y así dejó aquel importantísimo mando el hombre honrado, el soldado valiente, el gran servidor de la patria siguiendo seguramente aquel estado de cosas hasta que fueran otros altos jefes que sin duda lo remediaran; pero cuyo corolario es que se hizo una sumaria, y que no se castigó a nadie.
Como Vd. ve, gloria oscura, lucha grande, muy grande, conciencia del deber; circunstancias que se presentan y que no pueden explicarse ni aun ameritarse donde todo el mundo presume tan alto; caracteres verdaderos donde hay tan pocos; poca graduación insuficiente para tan altos mandos, en fin, la suerte de cada uno…
Pero, dirá Vd. ¿Y Malcampo? Este almirante tan amigo de Cervera era un hombre muy especial. Hombre de un talento clarísimo y de un valor a toda prueba, para mí que he vivido cerca de él, tengo el convencimiento que sentía la indiferencia de aquel que presume que no le queda más que cinco minutos de vida. Malcampo tenía en el pecho una herida de proyectil enorme del que estaba atravesado de parte a parte y a veces quedaba como muerto y tenía el convencimiento de que sus días y hasta sus horas pendían del menor imprevisto, y sólo así se pueden explicar algunas anomalías en los últimos y brillantes años de su historia. Y así es únicamente explicado que abandonó a Cervera en la misma isla de Joló y que lo abandonó desde Manila (10).
Todo cuanto acabo de relatar es una explicación de esa aureola de los servicios de su finado padre en la campaña de Joló. Dificultades no al frente de su enemigo, sino con el ambiente que lo rodeaba.
Que estas fueron muy grandes lo prueba que después de más de treinta años han prevalecido en la Armada. ¿Y qué hizo? Lo que no hicieron muchos y muchos, cumplir con su deber, y tener la mala ventura de pertenecer a una Corporación ingrata y a una nación para la que la síntesis de la patria está en el terreno que encierran las aceras de la Puerta del Sol de Madrid.
Ahí tiene Vd. el pedazo de historia de su padre que falta en su hoja de servicios y que con gusto escribo ya que otra cosa no puedo hacer para honrar la memoria de quien fue mi jefe en Filipinas, en la campaña de Cuba y en el memorable desastre de Santiago, y siempre un compañero y un amigo cariñoso y cuya historia dejo a su discreción para que la conserven como un recuerdo de quien es de Vd. y de sus hermanos, el más cariñoso y buen compañero y amigo.
Víctor M. Concas
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Se refiere al Ejército español destacado en Filipinas.
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Este nombre procede de Claudio Esteban Minié, militar francés que, de simple soldado, ascendió a Oficial, dedicándose infatigablemente al perfeccionamiento de las armas de fuego e inventando en 1849 el fusil que lleva su nombre. La bala de fusil Minié era cilíndrica-cónica y su gran inconveniente era que se cargaba por la boca.
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Este nombre lo escribió Concas erróneamente, ya que se refiere al Enfield-Snider, nombre dado por el apellido de sus inventores a un fusil que estuvo en uso en el ejército inglés hasta 1871.
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El término “sumaria” equivale a causa, y consiste en el conjunto de actuaciones encaminadas a preparar el juicio haciendo constar las circunstancias que puedan influir en la calificación y determinación de la culpabilidad del hecho.
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Parte posterior de cualquier obra defensiva. La gola suele tener el perfil menos potente y a veces se cierra con una simple estaca. Según sea o no fortificada, esta parte de la obra se puede clasificar como “cerradas o abiertas por la gola”.
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Este dato lo omite Concas en su carta.
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Embarcación considerada como genuinamente filipina, aunque sus orígenes se encuentren probablemente en Borneo. Según Bernáldez, ingeniero militar que estuvo en Joló y en Mindanao, luchó mucho contra los moros y estudió minuciosamente el material que estos usaban. El panco empleado por los piratas solía tener hasta 80 pies de eslora por 20 de manga, y en su composición entraba únicamente la madera, la caña, la nipa y el bejuco. Desplazaba 30 toneladas y en piratería admitía una tripulación de 50 hombres cuando menos. Disponían de hasta dos órdenes de remos, sin perjuicio de utilizar las velas de esterilla, aunque muchos llevaban aparejos análogos a los de las falúas españolas, a fin de que a cierta distancia se les confundiera con estas. Armaban pequeñas piezas de artillería como los falconetes y cañones de relativa importancia, muy bien empotrados en fuertes piezas de madera.
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Cuchillo grande, a manera de machete, de que se servían los indios de Filipinas para defenderse, cortar ramas y otros varios usos.
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Recipientes grandes de metal redondo y poco profundos, en forma acampanada o de media naranja
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De José Malcampo y Monge (1828-1880) sabemos que no sólo fue marino, sino político; Marqués de San Rafael, Conde de Joló y Vizconde de Mindanao; nació en San Fernando (Cádiz) y falleció en Sanlúcar de Barrameda. Malcampo se distinguió por diversos hechos de guerra, obteniendo todos sus grados por méritos contraídos en los mismos. Desde la revolución de 1868, a la que se adhirió con entusiasmo, tomó parte activa en la vida política ocupando diferentes cargos, sucediendo en 1871 a Ruiz Zorrilla en el de Presidente del Consejo, y encargándose también de las carteras de Marina y Estado. Ese mismo año se le nombró Capitán General de Filipinas, donde realizó una activa campaña contra los piratas joloanos obligando al Sultán de Joló a reconocer los derechos de España.