Marinos españoles prisioneros de guerra de los Estados Unidos en 1898
Ponencia presentada en la Universidad de Warwick (Reino Unido) el 2 de febrero de 2018, con motivo del International Workshop Prisoners of War and Human Rights in Europe before Geneva 17th – 19th centuries

Resumen

El 3 de julio de 1898 la armada española sufrió ante la bahía de Santiago de Cuba una de las más trágicas derrotas de su historia frente a la flota de los Estados Unidos. Muy poco se conoce acerca de cómo la Marina estadounidense trató a los más de 1.700 marinos españoles, prisioneros tras el combate naval, y las vicisitudes que vivieron estos hasta su repatriación a España, en septiembre de aquel mismo año.

Este trabajo pasa revista a alguno de los pormenores de cómo se comportaron los marinos norteamericanos con los prisioneros de guerra españoles, miembros de la Escuadra del almirante Pascual Cervera; desde la situación que se generó en las playas cubanas, recién terminado el combate naval, hasta su traslado a diferentes puntos de los Estados Unidos, y la reacción popular sobre estos prisioneros en la prensa y la opinión pública americana.

1.- DERECHOS DEL PRISIONERO Y EFECTOS DEL CAUTIVERIO

Se analizan siete aspectos que comprenden a los prisioneros de guerra, y en qué medida se tuvieron en cuenta en la guerra que enfrentó a España y los Estados Unidos en 1898. Las autoridades estadounidenses decidieron enviar todos los oficiales prisioneros a la Academia Naval de Annapolis y a todos los mandos inferiores y marinería a la isla de Seavey, en Portsmouth (New Hampshire).

1.1. TRATO HUMANO

No todos los periodos en la larga guerra de la independencia de Cuba -treinta años-, se desarrollaron con el odio y el deseo de muerte al enemigo. En una guerra siempre hay injusticias… pero aquí, en ésta, también hubo momentos en donde prevaleció el honor y las buenas formas:

El 3 de junio de 1898, un mes antes del combate naval entre las escuadras españolas y estadounidense, los norteamericanos intentaron bloquear la entrada del puerto de Santiago de Cuba con el vapor USS Merrimac, de 4.000 toneladas, cargado con 2.000 toneladas de carbón, pero las defensas españolas lo echaron a pique y el almirante Cervera inspeccionó personalmente el sitio, rescatando a los náufragos, un comando compuesto por el teniente de navío Richmond Hobson y siete marineros voluntarios.

Cervera felicitó efusivamente a su comandante y les dijo: “Bien, muy bien, sois unos valientes y os felicito”. El día siguiente el almirante envió a su Jefe de Estado Mayor, Joaquín Bustamante, a comunicarle al almirante Sampson que los prisioneros estaban sanos y bien atendidos en la prisión del Castillo del Morro, y les rogaba que les enviaran a los ocho la ropa y objetos personales de su uso. Bustamante permaneció a bordo del USS New York un buen rato, contestando a las preguntas que le hacían sobre los prisioneros y esperando la ropa…

El incidente del Merrimac logró que la prensa americana le diera una gran difusión y que el teniente Hobson se hiciera famoso por el intento de embotellar la escuadra española en el puerto de Santiago. Hobson fue trasladado como prisionero al Castillo del Morro, un lugar cercano al hospital militar.

Más adelante, Hobson escribiría que su menú casi siempre combinaba tres platos variados (arroz, frijoles, carne de res, sardinas, fruta, dulce de guayaba, etc., además de una taza de café después de la comida). Alimentos que, por otra parte, carecían los soldados y marinos españoles de la plaza.

Esta extremada cortesía con el oficial de la US Navy y sus marineros repercutiría muy favorablemente en beneficio de los marinos españoles supervivientes, hechos prisioneros, un mes después, el 3 de julio. El conocimiento de lo que ocurrió realmente cambiaría la impresión de la opinión pública norteamericana acerca del comportamiento de los españoles de una manera extraordinaria, como podrá comprobarse más adelante.

1.2. CONSERVAR LAS ARMAS PARTICULARES

Consiste en el derecho a que los oficiales conserven las armas que sean de su propiedad particular, autorización que no implica el derecho a llevarlas consigo durante el cautiverio.

El combate naval del 3 de julio de 1898 supuso la destrucción de toda la escuadra española, formada por los cruceros Infanta Mª Teresa, Vizcaya, Almirante Oquendo y Cristóbal Colón, y los cazatorpederos Furor y Plutón.

Tras el combate, los náufragos alcanzaban los arrecifes en una situación lamentable. La mayor parte de ellos, heridos y semidesnudos, fueron hechos prisioneros por las partidas cubanas del teniente coronel Cebreco, que se encontraban cerca, bien por los tripulantes de los botes americanos que se dispusieron para recogerlos.

El comandante del acorazado USS Iowa, Evans, relata así la llegada a su barco del Capitán Eulate, comandante del Vizcaya:

“…Había vertido mucha sangre y sobre su cabeza tenía un pañuelo empapado en ella. Saludando con gran dignidad, desprendió su sable del cinto y besándolo reverentemente con los ojos llenos de lágrimas, me lo entregó. Tan hermosos acto jamás se borrará de mi memoria. Apreté la mano de aquel valiente español y no acepté su sable. Entonces un sonoro y prolongado “hurra” salió de toda mi tripulación, interpretando mis sentimientos”.

Se dijo que los demás oficiales, antes de caer prisioneros, tiraron sus sables al agua, cosa que después lamentaron haberlo hecho, ya que se convencieron de que los norteamericanos les hubieran permitido conservar sus preciadas insignias de mando.

1.3. ALIMENTACIÓN Y ALOJAMIENTO ADECUADOS

El Gobierno norteamericano había preparado en la isla de Seavey un conjunto de barracones de madera para las clases, marinería y tropa. Al principio estaban mal instalados; luego, a petición del propio almirante español, cambiaron las cosas.

Los Jefes y Oficiales fueron confinados en Annapolis. Allí el almirante Cervera fue recibido con los honores correspondientes a su empleo; había formada una guardia de Infantería de Marina, que presentó armas cuando los oficiales españoles llegaron; el recibimiento a Cervera tuvo todos los honores que se rinden a un contralmirante, excepción hecha del saludo al cañón; le instalaron en una de las casas más confortables del Parque, en Buchanan Row, y asignada siempre al miembro más caracterizado de la Junta Académica. Allí permaneció todo el tiempo con el Capitán de Navío de primera clase Paredes y uno de sus ayudantes, su hijo el Teniente de Navío Ángel Cervera Jácome; los Jefes y Oficiales fueron bien alojados y tratados siempre con la mayor consideración en los edificios de Stribling Row.

Los marinos recibieron un trato más parecido al de huéspedes de la Nación, que al de prisioneros de guerra. Era un nuevo procedimiento en la historia del mundo respecto a la forma del trato a los prisioneros de guerra.

El Gobierno americano tuvo la atención de nombrar, además, como Superintendente de la Academia Naval al Contralmirante McNair, para que el almirante Cervera no estuviera a las órdenes de un Oficial de menor categoría.

1.4. PRACTICA DE LA RELIGIÓN

Es el derecho al ejercicio de su religión, incluso la asistencia a los oficios de ella, aunque adaptándose a las medidas de orden y seguridad prescritas por la autoridad militar.

El primer acto voluntario del almirante Cervera después de llegar a Annapolis, fue oír misa en la iglesia católica de Saint Mary. Durante el cautiverio, todos los oficiales que tenían autorización para salir a la calle, acudieron a esta iglesia, y recibieron visitas de sacerdotes católicos, entre ellas las del Padre Superior de los Sacerdotes Redentoristas y la del obispo de Portland.

1.5. ENVÍO Y RECEPCIÓN DE CORRESPONDENCIA

Debido a las necesidades militares que imponen una vigilancia especial sobre este asunto, durante el cautiverio hubo censura del correo, pero la correspondencia llegó y salió de Annapolis sin ningún tipo de trabas.

La correspondencia que le llegaba al almirante permite adivinar lo que opinaba el pueblo norteamericano sobre él. Recibía centenares de cartas y telegramas presentándole sus respetos, que se extendió en el tiempo. Incluso recibió cartas de niños, como la de una niña norteamericana de 5 años de edad, pidiéndole sellos en 1899, o el de un Contramaestre del USS Gloucester, solicitando una foto dedicada.

El almirante contaba con papel de cartas que expresamente le habían preparado para él, para que no le faltara de nada.

1.6. ENTERRAMIENTO CON DIGNIDAD

Para los prisioneros de guerra este aspecto se refiere a seguir, en lo posible, las reglas de los funerales del país del difunto, según el rango y grado del prisionero.

Unas horas después del combate naval, y mientras que el acorazado USS Iowa se encontraba embarcando a 250 prisioneros supervivientes (y cinco muertos) del crucero español Vizcaya, se recibió el aviso de que un acorazado español acudía por el este…

El Comandante del acorazado USS Iowa, Evans, al referirse a ese momento, declararía con posterioridad:

“…la posición en la que me encontraba era muy curiosa: 250 prisioneros en la cubierta de mi buque y a punto de entrar en combate con un acorazado enemigo. Cómo proteger a aquellos prisioneros del fuego de sus propios compatriotas era un problema difícil de resolver. Entonces me dirigí al camarote donde se encontraban el Capitán Eulate y tres de sus oficiales y les pedí que me dieran su palabra contra cualquier acto de traición o violencia por parte de los prisioneros españoles. Me fue dada de buen gusto y eso alivió la tensión. Al mismo tiempo, Eulate me aseguró que no creía que hubiera ningún buque español en esas aguas del Atlántico. Pronto descubrí que el supuesto acorazado español era un crucero austriaco, y al momento paré máquinas y ordené continuar con el sepelio de los fallecidos españoles. De nuevo una imagen impresionante: cinco marineros españoles enterrados en una ceremonia en la cubierta de un acorazado de la nación enemiga, con un servicio religioso llevado a cabo por el pater español, y en presencia del comandante, oficiales y compañeros de dotación. Y sus cuerpos enterrados bajo los pliegues de su propia bandera y en presencia de dos buques de guerra y una cantidad de transportes, con sus banderas a media asta.”

Los jefes y oficiales norteamericanos se comportaron correctamente durante aquella jornada con los prisioneros españoles, colmando de atenciones personales a los supervivientes y, evitando en lo posible, manifestaciones de júbilo que pudieran doler a los marinos españoles.

En 1916 se repatriaron a España los restos de 31 militares prisioneros de guerra que habían muerto en la isla de Seavey y se trasladaron al Panteón de Marinos Ilustres, en San Fernando (Cádiz), aunque quedaron tres olvidados que descansan, todavía hoy, en Norfolk. 114 años después, las Marinas de España y Estados Unidos celebraron una ceremonia conjunta para dar un homenaje a aquellos hombres olvidados por la historia.

1.7. LIBERTAD A CAMBIO DE NO HACER ARMAS UNA VEZ LIBERADO

En la Guerra hispano-americana de 1898, los españoles prisioneros fueron invitados a ser liberados a cambio de no hacer armas contra los Estados Unidos. Los norteamericanos deseaban que los marinos españoles juraran que no volverían a empuñar nuevamente las armas contra ellos, y así permitirles salir de su encierro.

El almirante McNair le comunicó oficialmente a Cervera:

“Tengo el honor de poner en conocimiento de V.E. que el Gobierno de los Estados Unidos pondrá en libertad al almirante Cervera y Oficiales a sus órdenes, mediante la condición de que empeñen su palabra de honor en la forma usual, bastando la del almirante en lo referente a las clases de tropa y marinería. No puede concedérseles la libertad en ninguna otra forma…”.

Pero la respuesta del almirante Cervera fue:

“El Código penal de la Marina Militar de España define como delito, y pena, la aceptación de la libertad bajo palabra de no hacer armas durante la guerra; por tanto, nosotros no podemos hacerlo, y tengo el honor de ponerlo en conocimiento de V.E…”.

Viendo los norteamericanos que los españoles cumplirían sus obligaciones sin tener que ser forzados a dar su palabra, finalmente cedieron, y el almirante Cervera pudo entrar y salir de su “prisión” de Annapolis a voluntad.

La correcta conducta de los prisioneros se ponía de manifiesto al arriar e izar la bandera de los Estados Unidos en la Academia Naval, momento en que todo oficial español, donde se hallase, daba frente a la bandera y la saludaba.

Pronto estuvieron en paz los Estados Unidos con España. El 31 de agosto el Presidente de los Estados Unidos ordenó al Superintendente de la Academia Naval que pusiera en libertad a los prisioneros españoles.

De esta manera, el 12 de septiembre de 1898 regresaban a España 2 Generales, 8 jefes, 70 oficiales y Guardiamarinas, 1.574 clases, marinería y tropa perteneciente a la Marina, y 2 oficiales y 21 individuos de tropa pertenecientes al Ejército.

2. REACCIONES DE LA PRENSA Y LA OPINIÓN PÚBLICA CON LOS PRISIONEROS ESPAÑOLES

El periódico Portsmouth Daily Chronicle da la versión norteamericana y publicó una extensa crónica el 16 de agosto de 1898, titulada “Honors to Cervera”, en la que comentaba con todo lujo de detalles el segundo viaje que el almirante hizo para ver a los prisioneros y heridos de su escuadra, en Portsmouth. Para entonces, la opinión publica americana ya conocía el intento del vapor Merrimac de hundirse en la boca del puerto de Santiago por un comando compuesto por el teniente Hobson y siete marineros voluntarios:

“… el recibimiento en la estación de tren tuvo que ser controlado por la policía, que era incapaz de contener a la muchedumbre que quería ver y saludar al marino español: “Una de las mayores multitudes en la historia de la ciudad, y una movilización creciente cuando el distinguido visitante llegó a la estación de Portsmouth”. Y añade que cuando llegó donde se encontraban los prisioneros españoles, “muchos de ellos lloraban y besaban las manos del almirante, y algunos le abrazaban, y con la mayor atención y seriedad, seguían con sus ojos cada movimiento de los suyos”.

Las crónicas de la época se extienden en detalles de hasta cómo vestía y se comportaba el almirante Cervera en medio de aquella multitud. El New York Daily Tribune escribe:

“Andaba lentamente, apoyándose en el brazo del Alférez de Navío Boado, mientras su hijo se apresuraba a coger el coche para llevar a su padre al transbordador de la Pennsylvania Railroad. El almirante Cervera es hombre de fuerte complexión, de unos sesenta años, pelo grisáceo y una barba recortada y casi gris. Cojea y utiliza un bastón para andar. Vestía un traje marrón de arpillera, poco adecuado para llevar, y se cubría con un sombrero de hongo marrón. Cuando la multitud congregada en el muelle le vio llegar, prorrumpió en fuertes gritos de bienvenida, saludos que momentos más tarde se repetirían por la multitud en la calle”.

Y desde Washington, el periódico The Evening Star comentaba en su editorial titulada “Admiral Cervera”:

“El caso del almirante Cervera es, y muy probablemente permanecerá así por mucho tiempo, como único en la historia. Siendo de hecho un prisionero durante su estancia en los Estados Unidos, iba y venía a propia voluntad y fue alojado como un invitado, y aunque había combatido contra el gobierno con todas las fuerzas que tenía, fue recibido y tratado en todas partes como un héroe por la gente. Siempre que llegaba a alguna parte, era recibido con saludos y muestras de buenos deseos, en lugar de maldiciones…”.

3. LA TRANSFORMACIÓN DE LA IMAGEN DE CERVERA EN EL EXTERIOR: DE ADVERSARIO A AMIGO

En 1901, tres años después de haber terminado la guerra, el director del periódico The Sidney Record se propuso recabar firmas de personalidades (civiles y militares) prominentes de los Estados Unidos y ponerlas en un cuadro y ofrecérselo como agradecimiento a Cervera por lo que hizo con Hobson y sus hombres en la acción del Merrimac.

El director Arthur Bird tardó tres años en recoger la adhesión y las firmas de 49 personajes que, años atrás, no hubieran accedido jamás a ello: el Presidente del Senado, senadores, gobernadores, alcaldes y hasta dos arzobispos,…

En julio de 1904, este periodista cruzaba el Atlántico y, tras llegar a Gibraltar, tomó un coche de caballos hasta Medina Sidonia (un pueblo de Cádiz) para entregarle a Cervera el cuadro y un paquete de cartas con los testimonios que daban autenticidad a las firmas del “Memorial”.

En 1908, es decir, diez años después de la guerra, el almirante Cervera con una salud muy debilitada, se retiraba pasando a la reserva. Esta noticia no pasó desapercibida a periódicos de Estados Unidos, como el New York Tribune, que escribía en su editorial “Amigo y enemigo”:

“El retiro del almirante Cervera en la marina española determina la conclusión de la carrera profesional de un oficial cuya suerte en la guerra no correspondió en manera alguna a lo que merecían sus méritos personales.

Ha sido amarga ironía que marino tan caballeroso y valiente haya venido a ser bien conocido en el mundo solo por resultados de su irremediable desastre. Anteriormente al año 1898, había servido a su patria durante muchos años y de muy distintas maneras, pero su nombre era poco conocido en el exterior. Vino aquella horrible hecatombe de Santiago y su fama se esparció por todos los ámbitos de la tierra y unido a este hecho es como le conocerá, generalmente, la historia.

Y esta noble tarea debe haberle servido de gran consuelo en su derrota. Tanto por eso, como por otros muchos motivos, el pueblo americano, tan sinceramente como el español, desea al anciano y bravo almirante muchos años de salud y felicidad en su retiro que tiene tan bien ganado”.

El Courier Journal, de Luisville, escribía:

“Según nos dicen los telegramas el almirante Cervera ha pasado a la reserva a petición propia por no permitirle el estado de su salud seguir con el servicio activo de la nación.

Cierto que fue vencido, pero desplegó la mayor bravura. Supo hacer justicia a las virtudes de sus vencedores, así como estos supieron estimarle como adversario.

Es lo regular que al enemigo se le odie; sin embargo Cervera es un ejemplo de un enemigo respetado y admirado por sus mismos adversarios. En razón a que los americanos supieron estimar su valentía en la guerra y su conducta posterior a ella sienten hoy gran pesar al saber que su salud no es buena. Hubieran deseado para él, todavía, muchos años de vida larga y feliz”.

4. CONCLUSIONES

El 10 de diciembre de 1898 se firmaba en el Ministerio de Negocios Extranjeros de Paris, el Tratado de Paz, por el cual España perdía la soberanía de Cuba, Puerto Rico, Guam, el archipiélago de las Marianas y las Islas Filipinas.

El 1 de enero de 1899 se protocolizaba en el Palacio de los Gobernadores Generales de La Habana el acto solemne por el cual dejaba de existir la soberanía española en la Isla de Cuba, tras 406 años de permanencia, y comenzaba la de los Estados Unidos.

El trato dispensado por los vencedores a aquellos prisioneros de guerra en 1898 se aleja del que habitualmente suele conocerse. Pero lo que sorprende es, además, el trato que otorgó la prensa norteamericana a los marinos españoles. No hay que olvidar que los imperios periodísticos de Pullitzer y Hearst, meses atrás, habían acusado a España de hundir el acorazado Maine en La Habana y de provocar la guerra entre las dos naciones.

El tiempo acabaría borrando aquellas heridas de la guerra, pero el recuerdo de aquella pequeña parte de la historia de España que sucedió en 1898 acompañaría al almirante Cervera y a su hijo el resto de sus vidas. Una historia que ambos, padre e hijo, vivieron juntos como prisioneros de guerra de los Estados Unidos.

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