Pascual Cervera Topete nació el 18 de febrero de 1839 en Medina Sidonia (Cádiz). Su padre fue oficial del Ejército que luchó contra las tropas de Napoleón durante la guerra de la Independencia.
Cuando sólo contaba 13 años de edad, ingresó en el Colegio Naval. Durante su primer viaje a La Habana, fue promovido a Guardiamarina de primera clase en 1858. Cuando cumplió 21 años recibió el despacho de Alférez de Navío.
Posteriormente fue enviado a las Filipinas, donde estuvo a las órdenes del Almirante Méndez Núñez (héroe en el combate naval del Callao). Luchó contra los moros y a punto estuvo de perder la vida durante el asalto a la Cotta o Fuerte de Pagalugan. Durante esta acción de guerra, la primera en la que tomó parte, capturó una bandera que portaba el enemigo. Fue ascendido a Teniente de Navío en atención a los méritos contraídos durante la guerra.
Continuó en Filipinas llevando a cabo trabajos de hidrografía y levantando cartas de los centenares de islas del archipiélago. Muchas de esas cartas fueron de gran importancia para los navegantes de aquellas aguas hasta bien entrada la segunda década del siglo siguiente. En 1865 regresó a la península, a su tierra natal, y contrajo matrimonio.
Pasaron varios años en los que la inestabilidad política en España alcanzó niveles insospechados. En 1868, la Reina Isabel II fue destronada, iniciándose el nacimiento de la Primera República que trajo continuos desórdenes con el surgimiento de una insurrección cantonal en más de 27 ciudades españolas.
Durante varios años, Cervera tuvo que desempeñar destinos de responsabilidad superior a la que le correspondía por su graduación militar. Asimismo, tuvo que afrontar, no sin riesgo para su vida, algunas situaciones muy complicadas, como la revolución cantonal en La Carraca y Cartagena (Murcia), por las que fue felicitado y ascendido en 1873 a Capitán de Fragata por el Gobierno de la Primera República. Posteriormente fue enviado de nuevo a Filipinas en donde desempeñó diversos destinos, tales como el mando de la corbeta Santa Lucía, en donde de nuevo tuvo que intervenir en acciones de guerra con ocasión de múltiples operaciones militares, especialmente en Mindanao, donde su actuación fue de nuevo de gran brillantez.
En 1876 fue nombrado Gobernador del archipiélago de Joló. Las duras condiciones de vida allí le hicieron contraer la malaria, enfermedad de la que a punto estuvo de morir. Nunca resignó su mando ni abdicó de las obligaciones que contrajo con él a pesar de que había recibido permiso para hacerlo, pues era su creencia que las órdenes militares habían de llevarse a cabo incluso hasta el punto del sacrificio de la propia vida si fuera necesario.
Cuando regresó a España, el Presidente del Consejo de Ministros, Cánovas del Castillo, le llamó a Madrid para que informara con precisión acerca de la situación en Filipinas. Por aquél entonces, la Monarquía había sido de nuevo reinstaurada en la persona del Príncipe Alfonso XII una vez transcurridos el periodo republicano y el corto reinado de D. Amadeo I.
Cánovas solicitó a Cervera que aceptara en Madrid un destino en el Ministerio de Marina. Sin embargo, no se sentía cómodo con la idea de quedarse en Madrid, dado que su vocación de hombre de mar se encontraba a bordo de los barcos, y no en tierra.
La familia Cervera y su estilo de vida estaban caracterizados por un profundo sentido de la austeridad en todos sus actos. Durante su estancia en Madrid, toda la familia se levantaba a las 6 de la mañana, ayudando a sus hijos con sus lecciones escolares hasta las 9 horas, en que marchaba para su despacho y los niños al colegio.
Por las tardes volvía de nuevo a continuar ayudando a sus hijos con las lecciones escolares, explicándoles lo que no entendían, y una vez cenados, leía libros profesionales o se daba un paseo hasta las 10 de la noche que se retiraba a descansar.
Sus aficiones siempre estaban relacionadas con la familia. Le gustaba escuchar música, pero fue sólo con ocasión de la boda del Rey Don Alfonso XII con Doña María de las Mercedes de Orleáns cuando se permitió el “exceso” de ir al teatro en la tarde del 23 de enero de 1878. Tal era su carácter en estas cosas, que incluso le llevaban a ser optimista en medio de las privaciones que su sueldo de Oficial de Marina le propiciaban, y a las que estaba acostumbrado.
Recibió el mando de la corbeta Ferrolana buque escuela de Guardiamarinas, a mediados de 1879. A finales de 1880 desembarcó y pasó como Comandante Militar de Marina de Cartagena.
De 1885 a 1890 presidió la Comisión Constructora del acorazado Pelayo, en Tolón (Francia), del que posteriormente sería su primer Comandante. En este destino tuvo que luchar arduamente contra los lentos procesos burocráticos que constantemente imponían retrasos en la botadura y entrega del buque a la Marina.
La Reina Regente Doña María Cristina, viuda de Don Alfonso XII y madre del joven Alfonso XIII, lo llamó personalmente a la Corte para que le sirviese como Ayudante de Cámara y asesor naval. Era el 3 de mayo de 1891. A finales del año siguiente, fue ascendido a Capitán de Navío de Primera Clase (hoy Contralmirante) y nombrado Director Técnico y Administrativo de los Astilleros del Nervión en Bilbao, contratado para llevar a cabo la finalización de la construcción de los tres cruceros acorazados de la clase Vizcaya (junto con el Infanta María Teresa y Almirante Oquendo). Fue deseo personal de la Reina que Cervera desempeñara este puesto de responsabilidad.
Durante aquellos días fue requerido por el líder del Partido Liberal, Segismundo Moret, para proponerle ser Ministro de Marina en cuanto cayese el Partido Conservador, que entonces estaba en el poder. Cervera, que rechazaba todo cargo público, contestó con evasivas a Moret, dándole razones como “…no es conveniente para ningún Gobierno tenerme a mí de Ministro… …como modesto Oficial de Marina creo que podría ser de más valor, mandando Escuadras, Departamentos Navales o cualquier otro destino que no tenga carácter político…”, pero insistieron a pesar de todo.
El Primer Ministro, Práxedes Mateo Sagasta, le comentó a la Reina que no tenía ningún Ministro “de categoría” para la cartera de Marina, y ella apuntó el nombre de Cervera, su antiguo Ayudante, como el hombre más adecuado, insinuando a Sagasta que diese la orden a Cervera “bajo el peso de su real deseo”, de tal suerte que el leal Cervera no pudiera oponer resistencia. Cervera se sintió muy contrariado cuando se le requirió para tan alto cargo pues preveía todo lo que se le venía encima y en un ambiente tan apartado del mundo militar que tan bien conocía y quería. Aun así, todavía le llevó dos días más, después de llegar a Madrid, el decidir si aceptaba el cargo o no.
Finalmente aceptó, pero con una única condición: que no se le redujese el presupuesto de Marina ni un solo céntimo. Y así le fue prometido bajo palabra de honor por el Primer Ministro. De esta manera, Cervera, que por aquél entonces ya era Contralmirante, pasó a desempeñar la cartera ministerial desde la graduación más inferior del generalato, cuando la práctica habitual era la de nombrar para este cargo a Almirantes de mayor graduación y antigüedad.
La promesa del Primer Ministro no se mantuvo, reduciéndose el presupuesto de Marina para el año fiscal 1893-1894 en casi dos millones de pesetas. Cervera, que ya de por sí había reducido al mínimo admisible el presupuesto de Marina, no podía aceptar tales cambios e inmediatamente presentó su dimisión al Gobierno, y no sólo una, sino hasta tres veces.
La vida “política” de Cervera en el Ministerio de Marina duró solamente tres meses. Su carácter libre e independiente no le permitía continuar con una función para la que, de acuerdo con sus propias palabras, “no había sido preparado”, aparte del hecho que comprendía que la política errónea del Gobierno solamente podría llevar a la Nación a la bancarrota.
En septiembre de 1893 fue nombrado Jefe de la Comisión Naval en Londres. Profesionalmente éste era un destino de gran interés, puesto que significaba ponerse al día y conocer las últimas técnicas en construcción naval de la época. Durante su estancia allí, en la mitad de 1895, comenzó la guerra en Cuba.
Preliminares de la Guerra
Los líderes independentistas cubanos Gómez y Maceo hostigaban de forma continua al ejército español con sus partidas en la Isla, recibiendo apoyo constante de los Estados Unidos, que ya habían mostrado su interés en comprar Cuba a España por 100 millones de pesos, a lo que ésta se negó, optando por la guerra, sabiendo de antemano que habría de perderla caso de declararse la guerra.
Para sofocar la rebelión en Cuba, el Gobierno envió al General Valeriano Weyler en 1896 a la Habana para imponer una férrea y represiva política. Maceo perdió la vida el 7 de diciembre de ese año, y la prensa norteamericana, con Pulitzer y Hearst a la cabeza, se encargó de exagerar las crueldades cometidas por los españoles dirigidos por Weyler. Todo esto ensombrecía cada vez más el panorama social y político, aunque en España coexistían dos versiones de la cuestión cubana. La España oficial, que conocía muy bien que en caso de conflicto con los Estados Unidos, no habría la más mínima posibilidad de victoria, y por otra parte la España real, que vivía tranquila y confiada no admitiendo los hechos y confiando en una victoria segura. El escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán llegó a decir que “mientras la prensa en los Estados Unidos distorsionaba las noticias para ayudar a ganar la guerra, la prensa española hacía lo mismo, pero para perderla”.
El asesinato de Cánovas del Castillo, y las subsiguientes modificaciones en los Gobiernos, cambiaron completamente el curso de los acontecimientos que siguieron. El General Weyler fue relevado por el General Ramón Blanco en octubre de 1897. Blanco ofreció la autonomía a Cuba, pero ya era demasiado tarde puesto que los cubanos estaban determinados a obtener la independencia.
Tal era el estado de los territorios de ultramar, siendo que Filipinas, el otro punto crucial, donde los problemas iban en aumento. Cervera observaba estos sucesos con tristeza y preocupación ya que había visto claramente que no tenían solución, especialmente si el conflicto con los Estados Unidos terminaba en guerra. Tan seguro estaba acerca de la situación, que ya anteriormente había escrito una carta profética a su primo Juan Spottorno, Auditor de la Armada en el Departamento Marítimo de Cartagena, cuyo contenido, cerrado y sellado ante testigos, constituye su “testamento militar”. Y escribía:
“Querido Juan. Parece que el conflicto con los Estados Unidos está conjurado, o al menos aplazado; pero puede revivir inesperadamente, y cada día estoy más convencido de la idea de que resultaría en una gran calamidad nacional…
Puesto que prácticamente no tenemos escuadra, a donde quiera que se envíe, deberán ir todos sus buques juntos, porque dividirlos sería en mi opinión el mayor de todos los errores; pero también sería un error enviarla a las Antillas, dejando nuestras costas y el archipiélago filipino sin defensa…
…seré paciente y cumpliré con mi obligación, pero con la amargura de saber que mi sacrificio es en vano…
…si nuestra pequeña escuadra estuviera al menos bien equipada con todo lo necesario, y sobre todo bien adiestrada, podríamos intentar algo…
…cuando las naciones están desorganizadas, sus Gobiernos, que son simplemente el resultado de tal desorganización, también están desorganizados, y cuando llega el lógico desastre, no quieren su causa real; por el contrario, más bien el grito es siempre “TRAICIÓN”, y buscan a la pobre víctima que expíe las culpas cometidas por otros…
…te encomiendo con gran confianza todo lo que aquí te escribo; pero al mismo tiempo, te pido no destruyas esta carta, guardándola en lugar seguro, en caso de que un día fuera conveniente que se conozca mi opinión de hoy”.
Aunque Cervera estaba seguro de sus convicciones, el Depósito de Guerra editó en aquellos días un panfleto titulado Poder Militar y Naval de los Estados Unidos en 1896, basado en datos recogidos en 1891 por el agregado militar español, sin tener en cuenta el gran esfuerzo bélico hecho por los Estados Unidos entre 1892 y 1896. En el citado panfleto, el autor fantasea acerca del abandono que el Gobierno americano hace de su Ejército, la debilidad de su Marina, y las deficiencias advertidas en la defensa de los Cayos de Florida, controlar el Golfo de Méjico, y finalmente, describe lo fácil que sería navegar el río Mississippi arriba con la “poderosa” escuadra española, y capturar Nueva Orleáns...
El 20 de octubre de 1897, el Gobierno nombra a Cervera Comandante de la Escuadra de Instrucción. A la vista de los acontecimientos, recordó las palabras de la carta escrita a su primo un año antes y siete meses antes: “…y buscarán a la pobre víctima a quien culpar de las faltas cometidas por otros”.
Inmediatamente planificó un programa de adiestramiento de las dotaciones en Santa Pola, porque la denominada “Escuadra de Instrucción” no había realizado ningún ejercicio de combate desde 1894, cuando el asunto de las islas Carolinas y la amenaza de guerra con Alemania.
Las desacertadas políticas desarrolladas por el Gobierno, así como la falta de previsión, trajeron variadas y complejas deficiencias a la escuadra en un momento en el que no quedaba tiempo para corregir todo lo que estaba mal. Cervera tuvo que afrontar no sólo los problemas de falta de adiestramiento de las dotaciones, sino la carencia de recursos, algunos de enorme importancia, cual fue el caso del Crucero Colón, que marchó al combate sin su artillería principal.
Los ejercicios navales finalizaron con sólo la mitad de los programados por el Almirante realizados, porque el Ministro de Marina no proveyó de fondos. Y lo que es más, advirtió a Cervera que “no gastara mucho, que no quemase carbón, y ahorrase disparos”. La artillería principal de sus buques no estaba totalmente operativa debido a la falta de seguridad de los cierres en los montajes de 14cm., y los casquillos de munición eran de muy pobre calidad; algunos hasta el punto de que no entraban en los cañones. Solamente se le autorizó a realizar dos disparos por cada montaje de la artillería principal. Mientras esto ocurría, la flota americana se estaba preparando intensivamente para la guerra.
A pesar de tan tensa situación, el acorazado norteamericano Maine arribó al puerto de La Habana el 25 de enero de 1898 en visita de cortesía, aunque levantó suspicacias y no todos lo entendieron así, y España correspondió inmediatamente despachando al crucero Vizcaya para Nueva York aquel mismo día, sin preparativos.
El Almirante Cervera acudió a despedir a la dotación, diciéndole a su Comandante las siguientes palabras: “La misión que llevan es una misión de paz, y la llevarán a cabo bien, exactamente igual que cualquier otra que se le encomendara. Siento no poder acompañarles, pero nos volveremos a ver pronto…”
El Ministro de Marina, Segismundo Bermejo, y Cervera mantuvieron una correspondencia muy intensa, referida siempre al estado de la situación de la escuadra y la necesidad de evitar cualquier retraso en el alistamiento de los buques, para estar preparados en caso de que la guerra se declarase. En esos documentos, Cervera expuso con gran claridad y contundencia la gran diferencia existente entre las fuerzas navales de ambas naciones, y siempre recibió evasivas o aplazamientos por parte de las autoridades españolas. Nunca quiso ocultar aquellos temas que la prensa no mencionaba, esto es, que el sacrificio de la guerra sería inútil en tales circunstancias, pero no obstante, por encima de todo, si se le mantenía en su puesto, cumpliría con su deber.
El 15 de febrero de 1898, el acorazado Maine sufrió una violenta explosión mientras estaba atracado en La Habana, provocando su hundimiento. En estas breves notas biográficas no se describen las investigaciones que se llevaron a cabo tras el hundimiento del Maine; eso sí, recordar que a los ojos de la sociedad americana, este suceso causó gran impacto, seguido semanas más tarde del grito “¡Recordad al Maine!”, que sirvió como un pretexto más para poner a la nación en pie de guerra contra España.
El Gobierno americano no aceptó la presencia de observadores españoles en la primera investigación, determinando que la explosión fue producida desde el exterior del casco del barco. Sin embargo, las autoridades españolas informaron no haber encontrado peces muertos en el puerto, determinando que la explosión fue interna, probablemente iniciada en las carboneras. Solamente con el paso de los años, y a través de una tercera comisión de investigación dirigida por el Almirante Rickover (padre de los submarinos atómicos norteamericanos), se determinó por los daños del casco que la explosión a bordo del Maine fue causada por la combustión espontánea del algodón pólvora del acorazado.
A primeros de abril de 1898 la situación era tal que no se podía demorar el alistamiento de la escuadra. Cervera pidió ir a Madrid para entrevistarse con el Ministro de Marina y preparar un plan de operaciones actualizado. El Ministro le envió a Cervera un telegrama en el que, sorprendentemente, le decía que “en este momento de crisis internacional, no hay nada que se pueda determinar con precisión…”, lo que indujo a Cervera a pensar que todos en el Gobierno habían perdido el juicio. Recibió orden de partir con la Escuadra para las islas de Cabo Verde, en donde le esperarían a su llegada instrucciones precisas y los planes del Gobierno. Era el 8 de abril.
Cuando llegó a Cabo Verde, no tenía las esperadas instrucciones. En su lugar, simplemente se le ordenaba embarcar el máximo de carbón que pudiera, víveres y pertrechos, y partir hacia Puerto Rico o cualquier otro punto de las Antillas, y cooperar en su defensa marítima.
Al salir para las Antillas no tenía instrucciones concretas y estaba convencido de la inutilidad del sacrificio y del desastre que serían inevitables. El estado de sus buques era altamente deficiente tal y como vino advirtiendo desde muchos meses atrás, y también fue engañado pues se le comunicó que la Junta de Almirantes en Madrid había dictaminado por votación unánime que era imprescindible salir para las Antillas, cuando la verdad fue que el voto de la sesión fue mayoritario, pero no unánime, lo que significa que había voces disidentes. Cervera y las dotaciones a su mando se encontraban ahora completamente abandonadas, destinadas a afrontar un destino fatal; solamente su patriotismo e integridad le hicieron obedecer a la orden recibida, aunque no sin amargura.
La navegación de Cabo Verde a la Martinica, y de allí a Curazao, antes de arribar a Santiago de Cuba, se realizó con gran cantidad de incidentes, calamidades y carencias dado que no pudo conseguir los apoyos logísticos y el carbón que le había prometido el Gobierno de Madrid.
La decisión de seguir hasta Santiago la fundamentó principalmente en la creencia de que este puerto estaba libre del bloqueo de barcos norteamericanos, dado que se le había informado que estos se encontraban en Puerto Rico; y además, él suponía que conseguiría en Santiago todos los apoyos logísticos que tan necesarios le eran. La Escuadra entró en Santiago el 19 de mayo de 1898.
El tratadista militar norteamericano, Capitán de Navío Mahan, comenta sobre la entrada de Cervera en Santiago: “La decisión de Cervera de navegar hasta Santiago fue acertada, y asumiendo que pudiera haber elegido cualquier otro puerto, incluso el de La Habana mismo, ello habría puesto las cosas más fácil para los buques americanos al haberse podido concentrar aún más, dándonos en tal caso la posición más favorable que pudiéramos nunca haber soñado, no sólo porque podríamos haber bloqueado a los buques enemigos, sino porque al mismo tiempo podríamos haber defendido de la mejor manera a nuestra estratégica base naval de Key West”.
Desde el 19 de mayo hasta el 3 de julio de 1898, fecha en que se produjo el combate naval, la escuadra española colaboró con el Ejército defendiendo Santiago, y hubo un intenso cruce de telegramas entre Santiago, La Habana y Madrid acerca de cómo proceder a la vista del desarrollo de las operaciones militares en tierra y el bloqueo naval por la Escuadra del Almirante Sampson.
Los americanos trataron de embotellar la Escuadra de Cervera provocando el hundimiento del vapor Merrimac, cargado de carbón y con un cinturón de jarras llenas de pólvora que se harían explotar en el momento oportuno. Se presentaron ocho voluntarios para esta misión, el Teniente de Ingenieros Hobson y siete marineros. El buque fue descubierto por los centinelas del puerto y el fuego comenzó de inmediato desde la batería de Punta Gorda, mientras que al mismo tiempo, se dispararon dos torpedos desde los cazatorpederos, provocando el hundimiento del navío sin que llegaran a detonar las jarras de pólvora. El barco quedó hundido frente a Cayo Smith y la entrada de Santiago continuó libre.
El Teniente Hobson y sus hombres fueron rescatados del mar en una balsa volcada y a la deriva, y hechos prisioneros de guerra y tratados por Cervera con tal grado de caballerosidad y humanidad que, al terminar la guerra, se dedicó al Almirante un Memorial firmado por miembros del Senado de los Estados Unidos y otras sociedades y particulares en reconocimiento de este hecho, agradeciéndole por su conducta sobresaliente en el trato dispensado al comandante del Merrimac y sus hombres.
Cervera quedó subordinado al Capitán General de Cuba, General Blanco, que asumió el mando único de todas las fuerzas militares en la isla al así haberlo solicitado al Gobierno de Madrid. Cervera recibió de Blanco la orden última de salir de Santiago. La decisión del Almirante de partir para el combate de día se fundamentó en la preocupación por la seguridad de sus barcos, dada la casi total imposibilidad de hacerlo de noche, al estar permanentemente iluminados por los proyectores eléctricos de naves norteamericanas, que se acercaban a la bocana del puerto, sin que las baterías de costa pudiesen molestarlos.
El 2 de julio, víspera del combate naval definitivo, Cervera envió a tierra un paquete sellado conteniendo documentación oficial, cartas y telegramas cruzados con el Gobierno. Dejó estos documentos en custodia del Arzobispo de Santiago de Cuba, el cual, bajo palabra, se obligó a guardarlos en lugar seguro y enviarlos posteriormente al Almirante si sobrevivía al combate, o a sus familiares en caso de que muriese.
A las 9 de la mañana del 3 de julio, se dio la orden de salida. El orden de línea de salida era, en primer lugar el buque insignia Infanta María Teresa (en donde iba el almirante con su hijo Ángel, que era teniente de navío y su ayudante), seguido por el Vizcaya, Cristóbal Colón, Almirante Oquendo y a continuación los buques menores, Furor y Plutón.
Rodeando la boca de salida del puerto, como a unos ocho o nueve mil metros de distancia, se situaban en semicírculo los buques norteamericanos Indiana, New York, Oregon, Texas, Iowa, Brooklyn, Gloucester y Vixen.
El Comandante del buque insignia español, Capitán de Navío Víctor Concas, relata esos momentos:
“Momento solemne capaz de hacer latir al corazón más templado. Fuera de la torre de combate, en donde no quise entrar para dar ejemplo a mi indefensa dotación, pues si yo caía aún quedaba el Almirante para mandarla, requerí su venia para abrir fuego. ¡Pobre España! Le dije entonces al Almirante, y él me contestó significativamente con la cabeza, dando a entender que había hecho todo lo que era posible para evitarlo, y que su conciencia estaba tranquila…”
Cervera sabía que si salía a combatir en mar abierto, perdería todos sus buques y hombres. Impertérrito decidió presentar cara a la Escuadra americana y salió a la mar a la luz del día. Utilizó a su buque insignia para trabar combate directo con el buque norteamericano más cercano, el Brooklyn, y provocar así una acción separada del resto que permitiera a los demás que le seguían escapar al cerco.
Cuatro horas más tarde, finalizaba el combate con la Escuadra española destruida y con un saldo de 323 muertos y 151 heridos. El resto de los supervivientes fueron hechos prisioneros. Por el bando norteamericano, solamente sufrieron un muerto y dos heridos.
El Comandante del Iowa, Capitán de Navío Evans, relata uno de los momentos que siguió a la recogida de los españoles: “El Almirante Cervera fue trasladado desde el “Gloucester” a mi buque. Cuando puso el pie sobre la cubierta fue recibido con todos los honores debido a su graduación por la totalidad de mi Oficialidad. La dotación del Iowa junto con la del “Gloucester” prorrumpió en un “hurra” cuando el Almirante español saludó a los oficiales americanos. Aunque el héroe ponía sus pies en la cubierta del “Iowa” sin ninguna insignia, todo el mundo reconoció que cada molécula del cuerpo de Cervera constituía de por sí un almirante”.
(Esta generosa descripción del Capitán de Navío Evans ratifica con claridad el hecho de que Cervera y sus hombres estaban casi desnudos y sin uniformes después del combate).
Cuando Evans estrechó la mano de Cervera, pronunció las siguientes palabras: “Caballero, sois un héroe. Habéis realizado el acto más sublime que se recoge en la historia de la Marina”.
Los prisioneros fueron llevados a diferentes puntos a lo largo de la costa este de los Estados Unidos. Cervera fue llevado a Annapolis, y desde su llegada comenzó a recibir muestras de simpatía del pueblo americano que tan sinceramente reconocía así su caballerosidad y trato exquisito dispensado al Teniente Hobson y sus hombres con motivo del suceso del Merrimac y su hundimiento.
Aunque estaba prisionero, quizás la palabra que mejor definiría su situación era la de “retenido” y ciertamente se convirtió en una celebridad. Muchos escolares de los Estados Unidos le escribían para hablarle del combate y pedirle su autógrafo. Cervera recibió innumerables visitas y hubo días en que –según comentaba-, tuvo que estrechar la mano más de 2.000 veces.
El 20 de agosto, el Almirante MacNair, Director de la Academia Naval de Annapolis, pasó a Cervera un escrito del Gobierno de los Estados Unidos ofreciéndole la posibilidad de obtener la libertad para él y sus hombres con la condición de no hacer armas durante la guerra. Cervera rechazó esta oferta porque, según informó a MacNair, las ordenanzas militares españolas definían como delito y castigaban el aceptar la libertad bajo palabra de no hacer armas durante la guerra, y en consecuencia no podían aceptar. Once días más tarde, el Gobierno norteamericano concedía la libertad incondicional a todos los prisioneros.
Cervera regresó a España con los supervivientes de la Escuadra en septiembre de 1898. Las cosas en España no se vieron con igual simpatía que en los Estados Unidos, debido a la intoxicación de la prensa, y la distorsión de la verdad acerca de las noticias de la guerra. Buscaban a los culpables del desastre, pretendiendo encontrar culpa entre aquellos que no hicieron sino cumplir con honor y lealtad con su deber. La bienvenida que le dispensó a Cervera el Ministro de Marina Auñón no pudo ser más fría:
-“Siento mucho lo sucedido, General. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio”.
-“Así es –contestó Cervera-, todo menos el honor”.
Cervera no fue inmune a la situación e incluso tuvo que soportar un Consejo de Guerra contra él y sus Oficiales, el cual tras el conocimiento exacto de los hechos, así como el clamor popular y las voces que se pronunciaron a su favor desde el exterior, dieron como resultado el sobreseimiento de la causa y la restitución del honor del Almirante.
La publicación de su “Colección de Documentos de la Escuadra de las Antillas”, que tan previsoramente había puesto en manos del Arzobispo de Santiago antes de la salida para el combate, acrecentó el respeto popular por el almirante hasta cotas insospechadas. Este respeto hacia la persona de Cervera creció aún más si cabe en el seno de la sociedad americana. Hubo múltiples casos de demostración de tal simpatía sin distinción de edad, sexo o creencia. Se llegó –como anécdota- a crear un clavel de diseño que se comercializó en las floristerías de Nueva York con el nombre de “clavel de Cervera” o “clavel del Almirante”, de color amarillo con los bordes de los pétalos en rojo, simulando los colores nacionales de España.
Rechazó obsequios y ofertas valiosas que se le hicieron. Una de ellas fue la posibilidad de viajar por los Estados Unidos pronunciando conferencias, todo ello por no menos de 20.000 dólares (de la época). Para su rechazo argumentó que, como Oficial español, aborrecía la idea de ir al extranjero explicando y contando los errores y equivocaciones de su país.
En febrero de 1901 fue promovido a Vicealmirante, y en diciembre de 1902 fue nombrado Jefe del Estado Mayor Central. En mayo de 1903, el rey Alfonso XIII le nombró Senador Vitalicio del Reino.
La reacción del pueblo, favorable a Cervera, se acentuaba tanto que en el número de 26 de marzo de 1903 apareció en la Revista Blanco & Negro una encuesta entre sus lectores para designar el Gobierno ideal, señalándole a él para Ministro de Marina, con el mayor número de votos.
Con su salud ya en estado delicado, fue una vez más llamado para ocupar otro destino, esta vez como Jefe del Departamento Marítimo del Ferrol. Corría el año 1906, y allí estuvo hasta finales de mayo del año siguiente.
Se retiró a su casa de Puerto Real (Cádiz), donde pasó los últimos meses de su vida, y allí murió el 3 de abril de 1909, dando ejemplo de dignidad y cariño a todos los que le rodeaban, a los setenta años, y tras 56 años de vida de servicio efectivo en la Armada Española.
En 1916, por decreto del Rey Alfonso XIII, sus restos mortales fueron trasladados al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz).