Pensamiento del almirante Cervera en torno al Desastre del 98
XIX JORNADAS DE CONVIVENCIA Y RESPONSABILIDAD CON LAS FAS
Conferencia impartida en el Salón de Actos de La Mata - Torrevieja (Alicante) 
VEGA BAJA DEL SEGURA - 20 de abril de 2012

1898 representa para muchos españoles el desconsuelo y la amargura. El balance final de aquél año dio como resultado la pérdida de las últimas colonias que le quedaban a España en ultramar (Cuba, Puerto Rico, Filipinas) así como una cantidad enorme de vidas humanas.

Se ha escrito mucho sobre cómo terminó España aquél fin de siglo en guerra contra los Estados Unidos y cómo se dejaron arrebatar las colonias; se preguntaba Joaquín Costa qué había ocurrido para que un país que “tuvo Marina antes que Venecia y paseó el Atlántico antes que Inglaterra; que adquirió libertades antes que Suiza y creó universidades antes que Alemania” hubiera llegado a tal grado de postración.

Realmente, ¿quiénes habían podido ser los responsables de tan extraordinario desastre?...

¿Podemos imaginarnos una foto de la sociedad de entonces?...

Estamos a finales del siglo XIX y el mundo moderno comenzaba a despertar de la mano de Siegmund Freüd o de Albert Einstein, entre otros. Se anunciaban muchos cambios que transformarían el siglo XX, entre ellos el automóvil, el cine, la aviación, la publicidad, o incluso los Juegos Olímpicos de 1896, los primeros de la época moderna…

Sin embargo, en honor de la verdad la realidad social de la España de 1898 era otra bien diferente: los campesinos trabajaban de sol a sol en jornadas de hasta dieciséis horas, y sin llegar muchas de las veces a un nivel digno de subsistencia y en las ciudades el panorama no era mucho mejor: El paro, los bajos jornales y la mendicidad daban como resultado una clase trabajadora mal alimentada, mal alojada y peor vestida. La vida para cualquiera que no estuviera en una situación social privilegiada no podía ser fácil, tenía que ser una “dura lucha por la vida”.

La ola de pobreza fue en aumento a medida que finalizaba el siglo y comenzaba el nuevo. Con la crisis que la guerra produjo, para un soldado que volvía de Cuba era especialmente difícil encontrar trabajo porque el trabajo no abundaba. Así pues, el ex soldado de Cuba llevará una vida precaria que se hace más angustiosa a medida que las oleadas humanas de repatriados se van precipitando sobre Madrid y otras ciudades españolas. Su situación era especialmente grave por el hecho de que, en general, casi todos ellos habían sido mal pagados o no pagados durante su campaña militar.

La crónica del fin del imperio colonial español se puede contemplar y analizar desde diversos ángulos. En esta breve conferencia voy a relatar cómo se vivieron desde la óptica de uno de sus protagonistas de excepción –la del Almirante Pascual Cervera-, en la llamada “Cuba española”.

En medio de la zozobra social y política que vive España, Cervera se encuentra a comienzos de Febrero de 1898 en Cartagena preparándose para el inevitable destino final, y escribe a su hijo Juan comunicándole que ningún miembro de las dotaciones de los cruceros Vizcaya y Oquendo había faltado a su cita.

El 7 de Abril de ese mismo año Cervera escribe: “…La cuestión con los Estados Unidos toca a su desenlace y lo peor de todo es que me parece que en el Gobierno no hay plan ninguno y como estamos en la patria de Don Quijote, veo posible que nos lleven a una lucha como la de los molinos de viento, que si no fuera más que bufa, aún podría pasar, pero puede ser trágica y ruinosa en alto grado. Dios nos saque en bien…”

El 19 de abril el Congreso de los EE.UU. vota la resolución conjunta en la que, entre otras cosas, exige que el Gobierno de España abandone su autoridad en Cuba, y retire de ella y de sus aguas sus fuerzas de mar y tierra. Ése mismo día se reúne en medio del Océano Atlántico, en San Vicente de Cabo Verde, la Escuadra de Cervera.

Ese mismo día se reúne en Madrid, bajo la Presidencia del Ministro de Marina una Junta de Generales y Almirantes que acuerda por mayoría de votos que la Escuadra de Cervera debe continuar hasta las Antillas. De esta forma, la destrucción de dicha Escuadra era decretada de acuerdo con los deseos del Gobierno…

El hijo y ayudante del Almirante Cervera, Ángel, escribe el 23 de abril desde Cabo Verde a su hermano Juan: “…no he visto cosa igual y créeme que estoy tan desengañado de ver cómo estamos mandados sin una norma ni concierto, que voy madurando mucho la idea de retirarme o pasarme a la reserva cuando concluya esto y meterme a escardar cebollinos… …no dicen nada, ni el estado de cosas, ni del país, ni instrucciones, ni nada…”

El día siguiente vuelve a escribir: “Estoy tranquilo y Papá también lo está, pues él ha dicho lo que en conciencia cree, y si desgraciadamente lo que obtenemos es un desastre, no le podrá culpar el país de que no lo previó y advirtió… …Nosotros vamos con nuestros pasaportes perfectamente en regla a esperar los acontecimientos… …esta carta que te mando es para Rafaela, que te encargo que la leas antes de entregársela, que lo haces en el caso que falte… …adiós, querido hermano de toda la vida; abraza a todos, que no se si tendré tiempo y ánimo para escribir a todos…”

El 1 de mayo la Escuadra americana del Comodoro Dewey destruye la española mandada por Montojo en Cavite, Filipinas, en un combate desigual.

Con innumerables problemas técnicos para arrastrar a los cazatorpederos la Escuadra de Cervera atraviesa en trece días las vastas soledades del Atlántico, sin hallar enemigo alguno que le cerrase el paso. La disciplina, el ánimo y el buen humor de las dotaciones crecen por momentos. El 11 de Mayo llega la Escuadra a la Martinica, para repostar, pero su Gobernador sólo permite la compra de víveres, así que Cervera ordena poner rumbo a Curazao en busca de carbón. El carbón y la ayuda prometida por el Gobierno de Madrid no llegarán nunca…

14 de Mayo. La Escuadra arriba a Santa Ana de Curazao, y el Gobernador de la isla sólo concede permiso a dos cruceros para hacer víveres y carbón. Entran en el puerto los cruceros Teresa y Vizcaya. Con la intervención del Cónsul de España, Cervera compra 600 toneladas de carbón, las únicas disponibles que había, pero con la condición de no permanecer en puerto más de 48 horas.

Pasan los días… y el 19 de Mayo se divisa desde el Castillo del Morro de Santiago de Cuba en el horizonte la silueta de la Escuadra de Cervera. La circunstancia de ser día de fiesta oficial, la Ascensión del Señor, hizo que acudiera a los muelles de Santiago un número considerable de ciudadanos. Al pasar por entre el Morro y la Socapa, la banda de música del buque insignia ejecuta la Marcha Real y la marinería, subida a las vergas, vitorea a España. Todas las autoridades acuden a bordo y el entusiasmo y el júbilo de los españoles se desborda.

Por la tarde la gente se pasea en botes alrededor de los buques fondeados –todos ellos pintados de negro- para convencerse con sus propios ojos. La oficialidad y marinería de la Escuadra recibe sus pagas de viaje y baja por secciones a tierra a recrearse y dar ligero descanso a la vida de a bordo. Cervera también acostumbra a bajar todos los días con sus ayudantes y dos o tres oficiales más. Acude a la Comandancia General y luego da un paseo por la calle de Santo Tomás, donde se detiene en el Café “La Cubana” a refrescar. Todos vuelven a sus buques antes de las cuatro de la tarde. Los marineros, clases y oficialidad subalterna pasean por la ciudad haciendo compras especialmente de tabacos, cigarros, dulces y también muchos “pericos” (o cotorras), todos animados y con buen humor, contentos y chistosos, sin producir el más leve altercado.

Para economizar el escaso carbón con que contaba la Escuadra, Cervera ordena apagar las calderas de todos sus barcos. A esta orden tan comprometedora le fuerza la lógica de los números: la velocidad máxima de embarque del carbón dados los medios que se dispone para su estiba y almacenamiento no pasa de 250 toneladas diarias, y puesto que, por otra parte, la escuadra al tener encendidas sus calderas consume 300 al día, el resultado final es que el embarque de carbón no llega ni para cubrir el consumo diario.

19 de Mayo. El contratista del alumbrado de gas de la ciudad de Santiago advierte que, en breve cesará de suministrar dicho servicio por falta de materia prima (petróleo) para elaborar el fluido. Como también escasean las velas, la ciudad está amenazada de quedar pronto a oscuras.

1 de junio. Los norteamericanos intentan bloquear la entrada del puerto de Santiago con el vapor Merrimac, pero las defensas españolas lo echan a pique y Cervera inspecciona personalmente el sitio, rescatando a los náufragos, el teniente de navío Hobson y siete marineros voluntarios. Cervera aprieta efusivamente las manos de su comandante y le dice: “Bien, muy bien, sois unos valientes y os felicito!” Y como les era imposible atender a los prisioneros en cuestión de ropa y aseo, por ser grande la penuria de los barcos, envía a su Jefe de Estado Mayor, Joaquín Bustamante, a comunicarle al Almirante Sampson que los prisioneros están sanos y bien atendidos, y les ruega que les envíe ropa y los objetos personales de su uso. Bustamante permanece a bordo del New York un buen rato, contestando a las preguntas que le hacen sobre los prisioneros y esperando la ropa. Y sonriendo les dice: “Ustedes nos han complicado mucho nuestra salida”.

La procesión del Corpus sale por las calles de Santiago el 9 de Junio, asistiendo la oficialidad del Ejército y de la Armada, pero sin tropas ni salvas de artillería. Solamente una compañía de Voluntarios con la música del Regimiento de Cuba da escolta a la procesión.

11 de Junio. Cervera envía al General Linares un mensaje solicitando que la artillería de costa aleje a la escuadra que bloquea el puerto para intentar salir de él y forzar el bloqueo. Y es que la Escuadra americana se acerca por la noche hasta las inmediaciones de la boca del puerto iluminándola con potentes reflectores de luz. Pero muy poco pueden hacer las defensas terrestres, que tienen un material muy anticuado y defectuoso, incapaz de alejar a los yanquis.

Son muchas las familias que abandonan la ciudad y van a los poblados de la línea férrea, huyendo de los bombardeos y del hambre. Cada día se hace más difícil resolver el problema de la alimentación para los que aún resisten allí.

Los periódicos locales reducen sus dimensiones por la falta de papel. En ese momento sólo tiran una hoja en color. Por otro lado, en la ciudad escasean de modo alarmante el agua, el carbón, la leña, el petróleo y los fósforos. El tabaco, la picadura y los cigarrillos son carísimos cuando se encuentran. Y en el mercado de la Concha nada se encuentra, pues lo poco que llega lo acapara la Escuadra de Cervera, que lo paga bien y al contado. Ya las panaderías no elaboran pan ni galleta por falta de harina.

A la tropa se le suministra pan de arroz, duro como la piedra, y sólo puede conseguirse para la alimentación arroz, harina de maíz, sardinas saladas y en conserva, chocolate, café y ron. Los fumadores emplean pipas que llenan con una picadura de tabaco floja, semejante al serrín de madera, y en vez de cerillas usan encendedores de piedra, eslabón y yesca.

El número de víctimas causadas por el hambre o por la ingestión de sustancias inadecuadas para la alimentación es enorme. Será el propio Comandante del Teresa, Concas, quien describa entonces a los soldados del ejército español como espectros ambulantes, a quienes para colmo de desgracias, les deben 9 meses de sueldos atrasados… El General Linares se queja al Ministro de la Guerra del abandono, miseria y desnudez en que mantiene a su tropa por no recibir del Gobierno de Madrid ni medicinas, ni alimento, ni dinero.

Cervera encuentra en el silencio de su camarote lugar donde reflexionar sobre las crecientes adversidades que va hallando y la situación dramática de la Plaza. A su hijo Ángel Cervera le asaltan también las preocupaciones cuando Concas le comenta:

-Ángel, malas noticias debemos tener. -¿Por qué lo dice, don Víctor? -Porque su papá se ha metido en la cámara y hace una hora que está formando un solitario con la baraja…

Las fuerzas de infantería de marina de Cervera desembarcan el 22 de Junio para ayudar a la defensa de la Plaza, atendiendo la petición del General Linares.

25 de Junio. Cervera transmite al Capitán General Blanco que, a su juicio “la salida implica la pérdida de la Escuadra y del mayor número de sus tripulantes, determinación que yo no tomaría nunca por mí, pero si V.E. me lo ordena lo ejecutaré”.

Al día siguiente Blanco contesta a Cervera de que exagera en sus apreciaciones y que, en todo caso, el Gobierno de Madrid opina del mismo modo que él, es decir, es partidario de forzar el bloqueo a toda costa. Cervera transmite otro mensaje a Blanco que termina con un “no soy yo quien decide la inútil hecatombe que se prepara”.

Llegan malas noticias desde el Canal de Suez: el Almirante Cámara, Comandante de la Escuadra de Reserva, cablegrafía al Gobierno de Madrid informándole que el Gobierno egipcio (pro-inglés) ha prohibido el trasbordo de carbón al Acorazado Pelayo y que les insta a abandonar inmediatamente todos sus puertos. La Escuadra que se pretendía enviar a Filipinas, tiene que regresar a España… Es otro fracaso más a añadir a las imprevisiones del Gobierno de Madrid…

Mientras tanto, en Santiago de Cuba el pánico es tremendo. El cañoneo del ejército sitiador, compuesto por norteamericanos y cubanos, y de la Escuadra norteamericana van en aumento. De vez en cuando los proyectiles que lanzan los buques pasan sobre la ciudad, o caen dentro de ella, produciendo fuertes detonaciones que hacen temblar los edificios y propagan una lluvia de metralla por todas partes.

La vida a bordo del Almirante va pareja a la de su tripulación; come lo que ellos; duerme menos que ellos y les lleva la ventaja de los sinsabores de la responsabilidad del mando de una Escuadra cuyo trágico fin presagia. En la mesa del Almirante se come al estilo filipino, poniéndose en medio de la mesa una gran fuente de morisqueta (arroz blanco) que sirve de pan y sacia el hambre, del mismo modo que se da a la oficialidad y a la marinería.

Es muy rara la vez que el cocinero logra traer carne o algo de fruta a los barcos. En la mesa Cervera jamás permite que se hable de asuntos del servicio, ni de la situación angustiosa de la Plaza, ni que se le den noticias o hagan preguntas sobre los preparativos o planes, para evitar indiscretas interpretaciones. Terminada la comida, prosigue su vida oficial. El Almirante embarca con frecuencia en la lancha exploradora para inspeccionar el estado de los barcos, visitar a los enfermos del hospital o acudir donde se reclama su presencia. Los Cruceros cambian de fondeaderos para evitar que los informadores cubanos que poseen los norteamericanos en la ciudad den la posición exacta de sus buques al enemigo.

El escrupuloso cuidado de Cervera para que no llegue a conocimiento de los subordinados la gravedad de la situación llega hasta el extremo de no permitir que los equipajes de los oficiales y jefes se desembarquen de los buques para asegurarlos en las casas amigas de la ciudad, pues de permitirlo, crearía sospechas de que el Almirante dudaba del éxito de las operaciones, bajando la moral de sus hombres.

1 de Julio. La vida normal de la ciudad se ha paralizado por completo y todos los comercios han cerrado sus puertas. Los marinos españoles colaboran con el ejército y combaten, cuerpo a cuerpo, contra los cubanos y los norteamericanos; el Capitán de Navío Bustamante cae herido de gravedad de un balazo en el vientre, mientras defiende las Lomas de San Juan, a las afueras de Santiago.

Muy cerca de allí, en el Caney, se encuentra el General de Brigada Vara de Rey, con 500 hombres y sin cañones, batiéndose heroicamente contra cuatro generales norteamericanos y 7.000 hombres, apoyados por artillería y tropas cubanas.

El diario decano de la prensa local “La Bandera Española” sale por última vez a la calle admitiendo que casi todos sus redactores y empleados mecánicos están en el campo de batalla. Sólo transitan por las calles militares que van o vienen de las trincheras. Santiago es una ciudad fantasma.

2 de Julio. El Almirante prepara un legajo con todos los documentos oficiales, cartas y telegramas cruzados entre él y el Gobierno, lo lacra y se lo entrega al Arzobispo de Santiago, quien se obliga, bajo palabra de honor, a guardarlo con todo sigilo para hacerlo llegar a su tiempo, bien a Cervera, si éste queda con vida, bien a su familia, si perece en el combate.

3 de Julio. Se le sirve a la marinería un rancho extraordinario, que sería el último para muchos de ellos, y la Escuadra leva anclas, iza sus grandes banderas de combate y enfila las proas de sus buques hacia el angosto canal de Santiago. El Teresa con la insignia de “Comandante General a bordo” desfila por delante de los demás barcos de la flota. La marinería de éstos, subida a los mástiles, saluda a la voz, por última vez, a su Almirante…

Son las nueve y media de la mañana y a la misma hora que la Escuadra de Cervera sale por el puerto de Santiago, son las cuatro de la tarde en Madrid, hora en que comienza el paseíllo en una corrida de toros que será lidiada por los espadas Joaquín Navarro (Quinito) y Ángel García Padilla…

El Comandante del Teresa, Concas, relata aquellos instantes:

“Momento solemne capaz de hacer latir al corazón más templado. Desde fuera de la torre de combate, en la que no quise entrar nunca para dar ejemplo a mi indefensa dotación, pues si yo caía quedaba aun el Almirante para mandarla, pedí su venia y con ella di orden de romper el fuego.

Sonó la corneta de órdenes, dando la señal de comenzar el combate… el último eco de aquellos que la historia cuenta que sonaron en la toma de Granada. Era la señal de que terminaba la historia de cuatro siglos de grandeza y que España pasaba a ser nación de cuarto orden.

¡Pobre España! Le dije entonces al Almirante, y éste me contestó significativamente con la cabeza, como diciendo que había hecho cuanto era posible para evitarlo y que estaba tranquila su conciencia”.

El combate termina cuatro horas después con la Escuadra de Cervera destruida o embarrancada, y con un saldo final de más de 350 muertos y más de 1700 prisioneros.

Epílogo

Con este episodio se concluye en Cuba una guerra que había comenzado treinta años antes, y aunque hubo largos periodos de paz, se vivió un clima casi permanente de guerra que llevó el dolor, el sufrimiento y la angustia a millares de hogares españoles. Entre 1895 y 1898 murieron en la isla casi 45.000 hombres, de los cuales el 93% murió por enfermedad y sólo el 7% a consecuencia de las heridas recibidas en combate.

Los jóvenes españoles que rehusaron hacer el servicio militar aquel año de 1898 fueron cerca de 8.000, muchos de los cuales prefirieron desertar y huir al norte de África, Portugal, Francia y América en general, antes que embarcarse a Cuba.

No podemos olvidar que el Ejército que se enviaba a Cuba era una fuerza heterogénea, sin instrucción alguna, sin género alguno de aclimatación, con un elevadísimo grado de analfabetismo (superior al 70%), sin costumbres militares, con el ánimo decaído y con una escasa y mala alimentación. Ahora se puede entender mejor por qué Cervera insistía en la “suerte” que le cupo tener: una Escuadra que no tuvo ni un solo desertor y que estaba bien alimentada…

La palabra “desastre” se inscribió en la historia, y además fue acuñada para significar algo que sacudió a toda España. Sin embargo, y como consecuencia de la derrota militar España no se vio envuelta en un caos, ni hubo revoluciones sangrientas, ni desapareció la Corona, ni se cambió de régimen. La palabra desastre sólo se puede aplicar a los políticos y gobernantes, que en sí mismos fueron un permanente desastre. El único Ministro que dimitió fue el de Marina –Segismundo Bermejo- tras conocerse la derrota de la Escuadra de Montojo en Cavite. Los demás, ni siquiera se dieron por aludidos, empezando por el Presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Mateo Sagasta…

Cuando alguien se refiere al 98 se le asocia a un desastre humano y social. Y en efecto, así fue, ya que la política colonial se cebó principalmente en la gente humilde. Muchas familias tuvieron que padecer la angustia de no saber realmente qué estaba ocurriendo, cuál era la suerte de los soldados, cuántas calamidades debían soportar, si vivían aún o habían muerto ya en la contienda. Estos, por su parte, se encontraban de pronto ante el horror de la guerra, ante la duda de la vida o la muerte, ante la obligación de matar al contrario y –si conseguían soportarlo- aún les quedaba por delante las penosas condiciones de la repatriación, las secuelas físicas y psíquicas o las escasas posibilidades de reinserción en el mundo laboral.

Pero el fin de la guerra trajo a las familias españolas la mejor de las noticias posibles: un inmenso alivio porque sus hijos ya no tendrían que vestir el uniforme de rayadillo ni combatir, bien fuese en la manigua cubana o en los manglares filipinos, en una guerra que no era suya y que –además- sabían perdida de antemano.

Conviene recordar que, desde las Cortes de Cádiz, se venía aplicando la liberación del servicio militar, llamada “redención en metálico”, y que significaba la entrega de 2.000 pesetas a cambio de no ir a la guerra. En 1898, 23.284 jóvenes de familias acomodadas se libraron por este procedimiento, que no se suprimiría hasta 1912, cuando una ley de reclutamiento desterrara estos privilegios. Teniendo en cuenta que los jornales de aquella época eran de hambre, la “redención en metálico” resultaba desorbitada para las clases humildes, que no la podían pagar. Por consiguiente, a ultramar se destinaba a los Jefes y Oficiales, que eran profesionales, y a una inmensa mayoría de jóvenes sin recursos que no tenían otra posibilidad mejor, salvo la de desertar.

En cuanto al desastre económico del 98, no fue tan grande como se ha venido sosteniendo durante décadas, ya que el presupuesto que alimentaba a los ejércitos expedicionarios y que tuvo en pié de guerra a más de 400.000 hombres durante el último tercio del siglo XIX dejando exhausta a la hacienda pública española, se suprimió una vez terminada la misma. Por otra parte, la repatriación de capitales fue relativa, ya que la presencia económica española se mantuvo en la isla después de la guerra. Y porque la mitad de los españoles que allí vivían adquirieron la ciudadanía cubana. Además, con el paso de los años la emigración española a la América hispana (Cuba, Argentina, Uruguay,...) se fue recuperando, e incluso creció en la primera década del siglo XX.

La guerra, en su tramo final y decisivo, no fue contra Cuba, sino contra los EE.UU., que fue la gran potencia emergente que no toleraba que otra nación en abierta decadencia –como era España-, se le cruzara en su camino expansionista. Era una especie de relevo entre el viejo imperio y el nuevo imperialismo. Lo que se perdió en Cuba no fue, en definitiva, algo de gran valor material, sino una ilusión, la ficción de ser todavía uno de los grandes poderes coloniales. Pero, sobre todo, era una derrota moral.

España no supo cerrar con inteligencia su etapa colonial y la historia de su decadencia corre estrechamente unida a la de la progresiva falta de responsabilidad de sus líderes. Los marinos y los militares tuvieron que jugar solos la partida a miles de kilómetros de distancia, sin que desde Madrid se vislumbrara una política estratégica y coherente, entre el centro y la periferia colonial. La guerra la hicieron el pueblo y el sufrido Cuerpo de Oficiales, como se apuntaba anteriormente, y por ello, al concluir la guerra, se encuentra una especie de remordimiento en las clases dirigentes que, sin excepción, no participaron en ella.

Y es que ningún miembro de la burguesía participó en la guerra y los intelectuales del 98 que “lloraron a España”, pagaron precisamente por no ir a ella… Tan sólo Ramiro de Maeztu se vistió de uniforme, aunque fue para hacer el servicio militar en Mallorca.

El desenlace final del 3 de Julio de 1898 no pudo ser otro que el pronosticado por Cervera y conocido previamente por los políticos de Madrid. Pero la situación interna, la presión de la opinión pública, el miedo a un pronunciamiento militar, en definitiva, la salvaguardia del sistema político y del propio régimen, aconsejaban sacrificar la escuadra y el prestigio de sus militares.

A ningún pueblo le gusta recordar ni estudiar sus derrotas, pero Cuba fue el fin de un proceso, no de una simple derrota militar, ni algo de lo que el pueblo español tenga que avergonzarse, sino todo lo contrario.

Un pueblo y un ejército que lucharon, a pesar de los defectos de unos gobiernos corrompidos y de una prensa irresponsable, con honor, valor y patriotismo y una dosis de fe que es difícil de entender y encontrar en las guerras coloniales. Para el historiador Fernández Almagro “haría falta la mente de un Shakespeare para imaginar una situación tan trágica como en la que se encontraba Cervera”. Y es que a menudo se han confundido sus cualidades de hombre cabal y realista con el de pesimista y derrotista.

Cervera, al llegar repatriado de los EE.UU., y ser recibido en el puerto de Santander por diversas Comisiones, dijo: “Tenemos la conciencia tranquila de haber cumplido nuestro deber, pero las naciones no se engrandecen más que con sus victorias y nunca con sus derrotas, por gloriosas que puedan ser. España ha vivido en la ficción y es necesario que nos coloquemos en la realidad”.

Cuando el Ministro de Marina Auñón, con sus ayudantes, todos vestidos de paisano, esperaban a la Comitiva, le preguntó a Cervera: “Siento mucho lo ocurrido, mi General. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio”.

“Así es –contestó Cervera- todo, menos el honor”.

Cervera, al volver del destierro, intentó en varias ocasiones ir a su casa de Puerto Real (Cádiz), pero se le prohibió con el pretexto de que tenía que estar en Madrid a disposición del Tribunal Supremo. En vista de esto, tuvo que trasladar a su familia desde Puerto Real y alquiló un modesto piso en la madrileña calle del Barco.

A principios de 1899 obtuvo un permiso especial que le permitió salir de Madrid y recuperarse de su maltrecha salud. El 6 de julio de 1899 el Tribunal Supremo de Guerra y Marina hizo público el acuerdo por el cual se le sobreseía en la causa seguida contra él por la pérdida de la Escuadra española en Santiago de Cuba.

Con esta exposición, he pretendido dar una imagen más cercana al hombre y menos militar de Pascual Cervera Topete, que encarna el papel del leal cumplidor para con su patria y que –además-, hubo de soportar a la vuelta de su cautiverio, que los políticos de la época no vacilasen en llevarle a un Consejo de Guerra. Curiosamente, ningún político de la época llegaría a sentarse jamás en el banquillo de los acusados…

En la hoja de servicios de Pascual Cervera Topete consta que, de los setenta años que vivió, dedicó más de 56 años de su vida al servicio efectivo en la Armada Española y a las puertas de su muerte, volvió a defender a todos sus hombres, declarando: “No ha habido una sola vez en que haya hecho un llamamiento al honor y al deber de mis marinos y que éstos no hayan respondido plenamente a mi apelación, y que si alguna falta pudo haber, nunca fue de ellos, sino mía”.

El 3 de Abril de 1909 fallecía en su casa de Puerto Real, acompañado de toda su familia, dando ejemplo de dignidad y cariño a todos los que le rodeaban. Siete años después de su fallecimiento, en 1916, por decreto del Rey Alfonso XIII, sus restos mortales se trasladarían a la que sería su morada definitiva, en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.

Señoras y señores; con estos breves apuntes doy finalizada la primera parte de mi intervención, que espero les haya resultado de su interés. Muchas gracias por la atención prestada.

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