Del 3 de julio de 1898 ya hay suficientes informaciones en medios y redes sociales. Pero hoy, 4 de julio de 2020, prefiero recordar la carta de mi bisabuelo a su mujer el día siguiente del combate naval, ya prisionero, en la mar y a bordo del acorazado Iowa. Iba con su hijo, que también se salvó del desastre, y ambos iban ya camino de los EE.UU.
Mi intención es dejar constancia de un pequeño homenaje a esa extraordinaria mujer que fue mi bisabuela (Ana Jácome), y que tuvo que vivir muchísimos años de su vida con la angustia de conocer las noticias que entonces daba la prensa escrita o las cartas que le llegaban con muchísimo retraso. Ese pequeño homenaje a mi bisabuela lo extiendo a la mujer de mi abuelo Ángel, que acompañaba a su padre aquél 3 de julio. Mi abuela (Rafaela Cabello) también sufrió lo indecible por lo que estaban haciendo a los marinos españoles, dejándoles literalmente abandonados a su suerte. Ellas, las madres, esposas e hijas de aquellos marinos que daban su vida por España fueron otras heroínas (desconocidas) del 98 porque aquí, en España, también se estaba dando otra batalla: la del odio y la ignorancia, y en la que los políticos echaron las culpas de su ineptitud hacia Cervera y sus comandantes.
Entonces los marinos se encontraban en los arrecifes de las playas heridos y prácticamente desnudos, y desgraciadamente, muchos de ellos muertos, ahogados o desaparecidos en combate. Mientras tanto, en Madrid, lucía un sol espléndido y la gente, incluidos algunos miembros del gobierno de Sagasta, se divertía en los toros. Según cuenta Francos Rodríguez "asistió gran cantidad de público y hubo dos corridas, una en la plaza de Madrid (Quinito y Padilla) y la otra en Carabanchel (Vicente Pastor), ambas con resultado feliz..."